martes, 30 de diciembre de 2014

El muñeco de nieve


Hoy el cielo ha amanecido de color gris oscuro y el suelo de un blanco resplandeciente, el contraste de los dos colores se divide en arriba y abajo, cerca del suelo nevado deslumbra el color blanco, si se sube al sobrau, el tono gris es el que predomina entrando por las claraboyas y por los ventanucos pequeños dando oscuridad , una oscuridad que apenas si hay la luz suficiente para encontrar nada.  Hay que alumbrarse con el candil o con una vela, y, a los niños no se le permite ir con  candiles o  velas a buscar nada. ya que los mayores lo consideran un peligro, la llama  puede prender con facilidad y provocar un desastre.  A veces el candil o la vela se apagan a la menor corriente de aire y se queda en la oscuridad total. Menos mal que acaban de "salir" unos artilugios con bombillas minúsculas que lucen sin cable, se llaman linternas, y reciben la energía de una pila de petaca.  Y, para asombro y gozo de los más pequeños, los mayores dejan que manipulen con las linternas, ya que, según parece, con estas lamparitas  no hay peligro alguno.  Los niños, están encantados con este invento nuevo, el hecho de llevar una luz en la mano,  de  ir y venir, encendiendo y apagando aquella bombilla portátil les da a ellos, como un poder especial.
Como quiera que esta noche había caído tanta nieve y continuaba cayendo  que, ni los hombres pudieron ir al campo, ni  se abrieron  las escuelas.  Los hombres y los niños andan por casa.   Los hombres poniendo aquellas lumbradas de invierno y luego saliendo a  las calles, a hacer senderos, con palas y escobajos de ajunjeras para así poder ir al comercio, a la fragua o a la tahona a comprar el pan.  Había que ir y volver lo más rápidamente posible, porque los senderos se borraban en un santiamén  con el espesor de los copos y pronto aparecían, de nuevo, intransitables y llenos de nieve.
Los cuatro niños; Migue, Mey, Corina y su hermanita Blanca  se abrigan convenientemente, y envuelven sus manitas en bolsas de plástico. Cubriendo el envoltorio-plástico se ponen las manoplas gordas de lana  y se echan a la calle a disfrutar la nevada, quieren hacer  un muñeco de nieve, uno muy grande, dicen, hasta donde alcancemos.  Los niños empiezan a rodar por el suelo  una bola de nieve del tamaño de un balón que,  a cada vuelta va aumentando de volumen.   Primero una bola muy grande para el cuerpo del muñeco y luego la bola pequeña que dé  forma a la cabeza, después habría que "vestirlo" con cosas del sobrau  Entre vueltas y más  vueltas a las bolas de nieve, los niños se turnan y pasan por casa.  Las madres tienen preparada una tacita de caldo bien caliente que ofrecen a los niños y, en lo que se puede,  le secan las manoplas  a la lumbre  mientras los niños se calientan las manos y los pies.  Han aguantado mucho tiempo en la calle, pero mucho, han aguantado hasta cuando el frío era tal, que estaban a punto de echarse a llorar por querer quedarse un poco más de tiempo entre la nieve y no poder por estar entumecidos.  Apenas el calor de la lumbre los reconforta un poco, se echan de nuevo a la calle tan contentos. Y así hasta terminar de montar el muñeco.  Al verlo tan grande, tan orondo, estallan en risas, vivas y cánticos, espontáneamente se cogen de la mano y juegan al corro girando alrededor de aquellas bolonas de nieve que, todavía, no tienen expresión alguna, sólo son dos esferas, una pequeña pegada a otra  enorme de grande.  Después de  pasar un rato contemplando aquel montón de nieve de formas redondas, los niños abandonan la calle, cada cual a su sobrau a buscar con qué vestir el muñeco. Las madres les dan las linternas y los dejan hacer y los dejan rebuscar.  Los sobraus además de estar oscuros están heladitos de frío, los pequeños rebuscan, a escape, aquello que haga que el muñeco de nieve adquiera una apariencia humana.  En seguida recogieron esto y aquello y se plantaron delante del muñeco, cada uno con su ocurrencia, sus prendas y sus cosas; unas lentes, una pipa de fumar, un bombín, una chalina de cuadros, un chaleco, un escobajo que le sirva de bastón,  una cuña de madera  para la nariz,  dos botones grandes y negros para los ojos, una arandela colorada para la boca y hasta  un monóculo que colgaron de uno de los bolsillos del chaleco.  Migue ha ido a la fragua a buscar tres trozos negros de carbón, de carbón de fragua, a poder ser, de forma redondeada  que, a modo de botones, perfilan la curva más prominente del muñeco.  Es un carbón raro este de la fragua, va diciéndose Migue de camino.
-Pero, mirar qué bonito y lo bien que ha quedado- cantan a gritos los niños y van corriendo a llamar a los padres  y a las madres para que salgan a ver semejante muñeco.
-¡Vaya un muñeco grandón y elegante que habéis conseguido!
-Está muy guapo, ha quedado muy aparente.
-¡Qué chicos estos...!
-Pero, vamos, vamos dentro que  ya se ha hecho la hora de comer, y, antes de que nos pongamos todos malos, que estamos helaus.
-Pero, mirar, estos críos..., ¡Si están tiritando!
A medio día Blanca duerme la siesta, los niños marchan a la escuela, al final,  han abierto  la escuela por la tarde y ha salido el sol unas horas.   Aunque es un sol pálido,  el sol de Enero ha empezado a fundir la nieve.  A primera hora de la tarde, empiezan a caer los canales y casi a la vez, baja el regato por medio la calle como si estuviera lloviendo a chaparrón a pesar de que no hay ni una nube en el cielo.
Blanca despierta de la siesta y no quiere otra cosa que ir a ver el muñeco, ya mismo.  En el sitio que ocupaba el muñeco apenas queda un montoncito de nieve sucia y encharcada entre la chalina de cuadros, el bombín, el escobajo, el chaleco, la pipa de fumar, las gafas, el carbón, todo, espolvoreado de nieve fundida.  Los lloros de Blanca no se hacen esperar cuando, por toda la calle ha buscado el muñeco con la mirada  y no ve mas que barro y charcos por el suelo.  Vuelve a casa corriendo esgarradica a llorar, acierta a decir que el muñeco no está, que el muñeco se ha ido y ha dejado todas sus cosas en el suelo.  Su madre sale a comprobar aquello que le está contando la niña, y trata de explicarle que el sol lo ha derretido, lo ha deshecho, pero Blanca no acaba de entender cómo puede haber sucedido algo así.  Entonces, en el mismo momento que vuelven los niños de la escuela,  la madre de Blanca y Corina, coge unos puñados de nieve que aún quedan en la sombra del esquinazo y la  echa en un plato,  lo pone al vapor del agua caliente en la boca del pote, para  ver si así puede hacerle entender a la niña, cual ha sido la causa por la que ha desaparecido el muñeco.  A pesar de que Migue, Mey y Corina hacen lo posible por aclarárselo, la niña sigue sin comprender cómo un muñeco tan grande se ha convertido en agua, charcos y barro.  Entran todos acompañando a la niña a ver cómo reacciona cuando vea lo que va a ocurrir con la nieve que lleva su madre en el plato de porcelana.  La madre pone el plato al calor en la boca del pote y  la nieve,  poco a poco,  empieza a derretirse. Esta simple acción  trae  a la memoria de los niños  ( menos a  la memoria de Blanca, que, es tan pequeña...)  Aquel cuento que les contara un día el abuelo de Mey.  El cuento del País de las Nieves y del País del Sol y que contaba la historia  de príncipes y princesas, de un príncipe que vivía en el País de las Nieves  y  se enamoró de una princesa que vivía en el País del Sol.  La Princesa le contaba al Príncipe que, le gustaría ver la nieve, que no la había visto nunca.  Un día  el Príncipe, tomó una porción de nieve, la introdujo en un cofre, eligió su caballo más veloz y marchó al galope hacia  el  País del Sol, para que la Princesa pudiera conocer qué era  y cómo era la nieve, pero; oh desilusión, qué desencanto, al abrir el cofre la nieve había desaparecido, solo había agua.  Por si esto fuera poco, en su andadura por el País del Sol, el Príncipe pasó mucho calor, tanto, que empezó a sentirse mal, muy mal,  el Príncipe de las nieves se dio cuenta de que nunca podría quedarse a vivir en el País del Sol, no podía soportar ese clima tan caluroso, así como la Princesa también, moriría de frío si llegara a quedarse a vivir en el País de las Nieves.   Los niños le contaban a Blanca este cuento que un día les contara a ellos el abuelo de Mey.  Al cabo de unos minutos el plato de nieve se había transformado en un simple plato con agua. Y esta fue la manera de que Blanca, al fin, entendiera su propio disgusto, y el efecto del sol sobre el muñeco de nieve.  Y volvieron otra vez los niños al sitio donde habían hecho el muñeco a recoger todo lo que habían bajado del sobrau y le habían puesto encima para que se pareciera a una persona.  Sobre los charcos y el barro se hallaba el sombrero, el escobajo, la chalina, la nariz, los botones...  Esta escena le causó a los niños cierta tristeza, solo que en dos días volvió a caer otra copiosa nevada y volvieron a construir el muñeco, sabiendo ya todos, que si salía el sol, desaparecería.
-El muñeco de nieve y el sol no podían estar juntos allí en el pueblo, porque si no le pasaría como  al príncipe del cuento, que vivía en el país de las nieves y a la princesa que vivía en el país del sol, o como aquel  plato de nieve puesto al calor del pote- se explicaba la niña.
 
Pero, pasado mañana, caerá otra copiosa nevada, más grande que la de hoy, eso ha dicho la radio de Mey.  Los pequeños se van contentos a la cama con esta noticia del tiempo.  Eso significa que  habrá otro  muñeco de nieve quizá más grande, quizá más duradero.  Quizá resista hasta la noche y lo proteja la helada.  Y mientras los niños duermen, el muñeco vigila sus sueños, entra en sus sueños, para recordarles que si sale el sol, no se pongan tristes, que no lo sufran, porque ya vendrá otro día,  otras nevadas, otros inviernos, y él, el muñeco aparecerá siempre, un año y otro, siempre estará ahí para alegrar a niños y grandes.  Y, luego, cuando salga de sus sueños, esperará en la calle el despertar de los niños para seguir jugando con ellos y para hacerle saber, que los muñecos de nieve  aman a los niños, tanto como los niños aman a los muñecos de nieve,  porque los crean con alegría, los traen a sus vidas, los miman, los visten, lo celebran.
Y, que volverá a nevar cuando pase mañana.  Cuando pase mañana...
 
 

sábado, 13 de diciembre de 2014

Armando el Belén con tijeras y papel



Empezaba la Navidad cuando en los comercios ya se veían los higos secos, esos que vendían, a granel, envasados en cajas de madera protegidos con un relleno de virutas o papelines de plexiglás.
Como quiera que pasado mañana iba a ser el Sorteo de la Lotería Nacional. Los niños del pueblo habían empezado la recogida de musgo para adornar el suelo de los Nacimientos de las escuelas y de los que se ponían en las casas.
Migue se abrigó un poco más para subir al sobrau, allí, en una caja de zapatos, guardaba, desde el año pasado, una bolsita de serrín, para marcar los senderos, unos trozos de espejo para simular ríos y lagos y las figuras de papel del Belén recortable. Habían estado durmiendo-que decía Migue- un año entero.  El niño subió tan  animoso la escalera recordando el día que le regalaron a las madres aquellas revistas de hogar (la revista de  ama) donde venía   el comic de Amuca  y  el Belén recortable.  Este año tocaba hacer el primer Nacimiento en casa de Migue, otro año tocaba  en casa de Mey, y al otro,  donde las hermanas Blanca y Corina, era el orden que llevaban, ayudándose entre los cuatro niños a preparar los belenes.
-¡Migueee! (sube el nombre del niño hasta el sobrau) ¿sabes dónde está la caja, hijo?  Si no puedes alcanzarla dame una voz.  Y baja en seguida, no me revuelvas por ahí- grita su madre.
Pero el niño se entretiene entre todas las cajas y todas las cosas que hay sobre el vasal viejo.  La caja de los botones, la de las postales, la de recortes de periódico, tarjetas viejas y fotos antiguas.  Todo guardado en esas  cajas metálicas donde llega, desde Andalucía, hasta los comercios del pueblo, el dulce de membrillo "Puente Genil" Una a una, Migue va dando un repaso a todas las cajas del membrillo, está feliz curioseándolas.
-¡Vamos hijo!
-Que ya voy. Sí, ya sé, está en el vasal viejo.  Ya pongo un taburete, ya la veo madre
El niño destapa la caja y, ¡oh tragedia! el interior está cubierto de migas de papel.
-¡Los ratones, madreee han sido los ratones, lo han roído los ratones! ¿Y las ratoneras, y los gatos, y el queso y el tocino de las trampas? ¡Y ahora qué! Madree ¿ahora qué...?- vocea Migue desde el sobrau. 
El niño coge la cajita del Belén y, en un vuelo, baja la escalera y le muestra  a su madre aquel desaguisado. El paquetito de serrín también está esparcido por la caja entre el papel roído, lo único que ha quedado "sano" han sido los trocitos de espejo.  A Migue le falta llorar, está enfadado con los ratones, con el gato amarillo, con las ratoneras, esas trampas caza ratones.  No hay consuelo para él, aunque la madre intenta que se calme, y le va explicando, que con aquello  ya no hay remedio.  Ahora tienen que hacer uno nuevo, calcándolo del Nacimiento de Mey o de el de Blanca y Corina, Le explica que, en casa, hay calcares (papel de calco) y tienen las pinturas de la escuela para colorear, y que entre todos tendrá su Nacimiento nuevo en menos de un periquete.  Que lo único que necesitan del comercio es ir a  comprar unos pliegos de papel de barba.  Y Migue consigue calmarse y ya va corriendo a contar a las tres niñas lo ocurrido con sus figuritas del Belen y a pedirle que vayan con él al comercio a comprar unos pliegos de papel de barba.  A Mey, Blanca y Corina , la noticia las pone tristes, pero solo unos instantes, ya hay solución y las niñas se ofrecen encantadas a ayudar a calcar, a recortar y a colorear.
La madre de Migue ha preparado un buen brasero a la mesa camilla y ha puesto a tostar unas almendras a la lumbre.  Del vasal de la despensa coge un larguero y el cucurucho de higos secos que compró anteayer para las fiestas.  Ha sacado las panderetas infantiles y las ha puesto a esperar  en la cornisa. Al cabo de un rato, llegan los niños con el papel de barba, y llegan también las madres armadas de tijeras, pinturas, lapiceros, papel de estraza y más calcares, por si hicieran falta.  Se sientan todos a la camilla mientras la cocina se va impregnando del olor de las almendras tostadas.  y del perfume que desprende la chocolatera reposando al humor de la lumbre.
-Está nevando- anuncia Blanca. ¡Es la Navidad! repite Blanca ¡es la Navidad!-A Belén pastores, a Belén chiquitos, que ha nacido el Rey de los angelitos... -se unen todos al villancico de Blanca.
Los copos clarean el hueco de la ventana de la cocina, mientras fuera, empieza a caer la noche antes de tiempo.  La nevada arrecia. Las tapias, el suelo y los tejados se van tiñendo de blanco.  Por los alrededores del pueblo el día va llegando a su fin, y todos los caminos del campo devuelven a los hombres a sus casas.
Máma, máma!, ¡quiero salir a la calle, quiero ver la nieve!- suplica la niña.  Para Blanca serán las primeras nieves que guardará en su memoria, es tan pequeña...
Las madres abrigan a los niños y les advierten que solo un ratito, en cuanto que se haga la noche, para casa.
- Nada más que sea de noche-protesta Migue-, si no falta nada.
-Pues eso- dicen sus madres- si no no salís, ¡vamos hombre!
Y Blanca se queda extasiada contemplando las alturas, la nieve le cae en la cara, pero ella parece no darse cuenta ni de lo fría que está. La retira de sus ojos con las manitas enguantadas y sigue mirando al cielo.
 -¡Es la Navidad! -vocea la niña entusiasmada.
Y corre en círculos con los brazos abiertos pisando el manto blanco que  cubre el suelo, de repente se para, extiende los faldones de su abrigo, quiere recoger todos  los copos que caen, mientras Corina, Mey y Migue siguen los recorridos de Blanca para no perderla de vista.  Ellos juegan a batallas de bolas, ninguno de los tres se atreve a tirarle una bola de nieve a la niña, es tan pequeña...
Blanca se para a contemplar las bombillas del alumbrado público que opacan su resplandor amarillo por el color blanco  de los copos, sí, esos copos  que, al trasluz,  parecen  papelines-blancos, o mariposas blancas,  que revolotean alrededor de la luz, y las bombillas ya no parecen bombillas, parecen esas bolas de cristal transparente,  que se agitan  y no paran de nevar.
Y, ya es la hora, ya tienen que entrar en casa, a recortar, pintar y colocar el Belén nuevo de Migue.  Se quitan los abrigos, se calientan  a la lumbre y se sientan todos a la mesa camilla.  Blanca no para de hablar y contar todo lo que ha descubierto en la calle nevada.
-Era la Navidad- sigue diciendo la niña- Ande, ande anda, la marimorena...
-Eso, vamos a cantar villancicos y a contar cosas de la Navidad- dicen las niñas
-O mejor-dice Migue- que nos cuenten las madres eso del "Duende de Zaragoza" y el cuento del "Zamparrón"  Ya sabemos lo de la Navidad, del Niño que nació en un pesebre entre la mula y el buey y que allí se paró la estrella de Oriente que guiaba a los Reyes Magos, todo eso ya nos lo cuentan en la escuela.
Pero las tres niñas ponen el grito en el cielo, diciendo que los únicos cuentos que "pegan" mientras hacen el Belén son los cuentos y leyendas de la Navidad, y Migue, se aviene a buenas con ellas y a regañadientes se hace el conforme, conque el "Duendede Zaragoza"  y "El Zamparrón" queden para ser contados otro día.
¡Qué bien, qué bien lo estamos pasando!
-Pero mira cómo beben los peces en el río..., pero mira cómo beben, por ver a Dios nacido...
Campana sobre campana..., y sobre campana uuunaaa.
-¡Venga, contar los cuentos!
 Las madres logran un poco de silencio entre los pequeños y empiezan a narrar, por turnos, aquellas cosas, que, cuando ellas eran niñas, les contaran sus padres, aquello tan bonito de "los dos hermanitos huérfanos" que le pedían a la Navidad -que vuelva nuestra madre- y eso otro de "la Virgen de azúcar..."
 Los padres llegan a tiempo de oír las historias, de recodarlas. Han llegado del campo algo cansados y con el  frío del camino todavía en el cuerpo.  Pronto, el calor de la lumbre y del brasero, el chocolate y los higos secos rellenos de almendras tostadas, hacen que entren en calor y que se enciendan más los ánimos.  Recogen de la cornisa las pequeñas panderetas de juguete y tocan y cantan, todos cantan:
 
Belén campanas de Belén...
Pero mira cómo beben los peces en el río...

-Y pensar que podíamos habernos perdido una tarde así si los ratones no hubieran roído el Belén ¡vivan los ratones!  ¡vivan!   Exclama  Migue lleno de alegría y contento.
-¡Vivan! -repiten todos.

lunes, 8 de diciembre de 2014

En el viento de Otoño (2ª parte y final

 http://1.bp.blogspot.com/-5b7ikHvdlrM/TqsvWJjSe1I/AAAAAAAAAHc/Nbmn6XtdhGM/s320/blog-9840.jpg
  
Como quiera  que los cuatro niños subían la escalera del sobrau de Migue hablando a voces, riendo y soltando gritos de contento,  porque iban a ver las redes de pescar del bisabuelo de Migue; no repararon en los silbidos del viento que rugía como dentro de las vigas entre las grietas de madera, entre el cañizo y el barro del techo, en las rendijas de las ventanas, en el balanceo de las telarañas...
Los niños, al final de la escalera, se quedan parados y siguen con la mirada los reflejos del sol; hora aquí, hora allí, mezclándose con los bramidos del viento. En un visto y no visto, tres ratones cruzan el sobrau justo a los pies de los niños a la vez que un maullido lastimero del gato amarillo se hace oir desde la viga maestra. Los niños apiñados entre si, no se han movido  del sitio, siguen anclados al final de la escalera.
-Hace..., como si fuera a venir la Rampalla-  dice Blanca  entre sollozos agarrada al vestido de su hermana Corina.
-Ya está la miedica esta- protesta Migue -no sé por qué tienes que llevarla a todas partes Corina, con lo pequeña que es, se asusta de todo, podías haberla dejado con tu madre.
-A mi me gusta llevar a mi hermanita, a ella también le gusta venir donde yo vaya, ya que no puede venirse conmigo a la escuela...,  la llevo donde sea.  Además mi madre dice que cuando yo me voy se queda llorando y yo no quiero que llore.
-Que sepas que si yo tuviera una hermana pequeña la llevaría conmigo a todas partes- dice Mey- y tú seguro que harías lo mismo Migue, que como nosotros no tenemos hermanos, nosotros qué sabemos.
-No sé, puede que sí.  Pero..., Blanca, en mi sobrau no hay Rampalla, bueno, en mi sobrau ni en ninguno y  en ningún sitio, ¿es que alguna vez has visto la Rampalla? A ver, ¿cómo es?, ¿quién  sabe cómo es?  Nadie lo sabe, así que deja de lloriquear ¿vale?
-Está ahí- balbucea Blanca-  en la puerta del armario...
Los cuatro, cogidos de la mano, se pegan a la pared.  El sobrau se enciende y se apaga.   Tan pronto se ilumina como se queda en la penumbra al capricho de las nubes y del airón que ruge ahora más fuerte entre las grietas y las rendijas.
Como quiera  que los cuatro niños subieron la escalera del sobrau de Migue hablando a voces, riendo y soltando gritos de contento Porque iban a ver las redes de pescar del bisabuelo de Migue: no habían reparado en la puerta entreabierta del armario viejo donde, sujeta a una percha, se rescolgaba la capa de paño negra dando bandazos a las corrientes de aire, expandiendo una sombra oscura que olía a bolitas de alcanfor. 
El sol de ida y vuelta, aparece y desaparece por la ventana, choca en el espejo del armario de luna llevando su reflejo en el vaiven de la puerta y en  la sombra agigantada de los vuelos de la capa por todos los rincones del  sobrau.  No repararon en los silbidos del viento que rugía como dentro de las vigas entre las grietas de madera, entre el cañizo y el barro del techo, en las rendijas de las ventanas, en el balanceo de las telarañas o en aquella capa de paño de color negro que sobresale por  la  puerta entreabierta del armario viejo, el armario de luna con medio espejo roto.  
 -¡La Rampaaalla, la Rampallaaa!- gritan, a mas no poder los cuatro niños.  Los gritos llegan hasta la solana, y las madres tiran la costura y salen corriendo hasta el sobrau de Migue.  Los tranquilizan haciéndoles ver que eso que pensaban que era una Rampalla no era nada más que  la sombra de la capa moviéndose al viento, que es lo que les ha asustado, solo eso, y que la Rampalla no se le aparece a los niños a no ser que sean niños  muy malos y que ellos no lo son.  Y las madres se quedan con ellos en el sobrau examinando todos los rincones y vericuetos. Descuelgan entre todos las redes de pescar del bisabuelo de Migue, son muy largas, ocupan casi todo el perímetro del sobrau.
-Nadie antes las había descolgado, dice la madre de Migue- pero hoy, basta que haya pasado lo que ha pasado, se descuelgan y ya está, así las ven mejor, así las disfrutan más, que enreden un poco con ellas.
Entre los dobleces de la red, los niños descubren, entusiasmados, unos nudos marineros  y un cuaderno  lleno de escritos en tinta granate, quieren que les lean las madres un poco de aquello que pone allí, porque es una letra que se le hace muy bonita, pero que ellos no la entienden, pero, ya tendrá que ser otro día, empieza a oscurecer, pronto será  de noche.  Los niños ya se han ido olvidando de ese miedo, de ese mal-rato  que pasaron, esta tarde del jueves,  al menos por ahora, ya, ni se acuerdan.

domingo, 30 de noviembre de 2014

En el viento de Otoño. (1ª parte


 
 https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhHr0LkIjd7_Sj1kmelcIebHpzp_k2eV6UXlKfzxCvwHJ_HHEHF0Lg89NRSDmZ8DjQPyahG-G1GwvtWb53cnk3hsdBjJnQSoESPkCGxKRM4AjyTe3swMOnb_6074CdVekC-4bF1EN_J3GY/s1600/tardor_Marta+Zafra.jpg

Hoy es uno de esos días de luz intermitente; la claridad del día  viene y va al antojo de un viento cálido de otoño que se entretiene  jugando con las nubes, las trae y las lleva casi a la velocidad de un relámpago, tapa y  destapa el sol en un instante como si alguien, al oscurecer, estuviera enredando con el interruptor de una lámpara eléctrica; ahora oscuro, ahora claro, con luz, sin luz...
Allá arriba, en el sobrau, el viento silba por las rendijas y se asustan los gatos y los ratones y echan carreras  desorientados. Por la ventana que da al corral suben los cacareos y el alboroto de las gallinas que, empujadas por el viento, ahuecan las plumas despavoridas revoloteando dentro de "la bruja de aire" a merced del remolino.
Los hombres, en plena sementera, han echado el hato para todo el día, hay que preparar la tierra para la nueva simiente.
Los escolares disfrutan de su tarde de jueves sin clase.  Con hojas de cuaderno fabrican aviones de papel que sueltan al aire y van cogiendo altura entre las risas, el alborozo y el griterío infantil que, explota por doquier, mirando cómo se elevan al cielo zigzagueando, hasta perderlos de vista.   Los más pequeños, cuando dejan de ver los aviones, lloran desconsolados.  Las madres cosen una hebra de hilo muy larga en sus aviones de papel, y los pequeños, persiguen alegres los hilos sabiendo que pueden controlar su vuelo.
Las hermanas Corina y Blanca, con su merienda temprana de pan y chocolate, han ido a llamar a Migue y los tres  se van a buscar a Mey,  y los cuatro coinciden en que hace una tarde de esas de pasarla en el sobrau.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Un librito del Zig-Zag




Antes de subirse aquella tarde al sobrau, Mey tenía que ir al estanco a comprar papel de fumar para su padre, un librito del Zig-Zag.  Su  vecino de la otra calle, Migue, estaba impaciente porque quería, ya mismo, subir al sobrau con Mey, y enseñarle su cajita de peonzas que él mismo había coloreado allá arriba a la luz del ventanuco.
-Mey ¿es que no puedes dejar el librito para mañana?
-No Migue, a mi padre ya le ha salido la hoja roja en el librito...
 Migue interrumpió
-¿Qué hoja, qué es eso?
-Pues, una cartulina colorada que sale en el librito del papel de fumar cuando solo le quedan cinco o seis hojas de papel, es un aviso de que el librito se termina ¿Cómo es que no sabes lo de la hoja roja? ¡Todos lo saben...!
-Ya, pero, bueno, es que mi padre no fuma, está mal de las branquias y el médico le tiene dicho que ni un cigarro, ni oler el humo.
-Branquias..., dirás bronquios, si fueras a la escuela lo sabrías que se llaman bronquios.
-Pues un día que fui a la escuela el maestro hablaba de los peces y de las branquias que tienen para respirar, lista, y mi padre respira mal, porque padece de branquias.
-Que no Migue, que nosotros los humanos tenemos bronquios tienen que ver con los pulmones, aquí, en el pecho, y las branquias las tienen los peces, y eso también nos lo explicó la maestra en la escuela y además viene en el libro.  Lo que pasa es que casi no vas a la escuela...
-Pues voy cuando mi padre se pone bueno, cuando está mal tengo que ir a ganar el jornal y no puedo ir a la escuela.
-¿Me perdonas Migue?-dijo Mey toda compungida-no sabía que faltabas a la escuela por eso, lo siento mucho.
-No faltaba más, claro que te perdono, y lo de las branquias y los bronquios lo miro luego en el libro. Venga vamos corriendo a comprar ese librito que se va la luz del sobrau.
Los niños echaron a correr, y al volver la esquina casi se chocan con el viejo Melquiades que, con el peso de los años, camina despacito, como arrastrando los pies.
-A ver chicos, un poco de cuidau que casi me tiráis al suelo, a qué vienen esas carreras tan sinsentido que el  menor día os vais a estontonar..., ¿se puede saber dónde vais?
-Al estanco, a comprar un librito-dijo Mey
-Es que vamos aprisa antes de que cierren, que a su padre, le ha salido ya la hoja roja en el librito.
-¡Chica! dile a tu padre que esa hoja roja me ha salido a mi para avisarme del poco tiempo que me queda ya de andar por la vida, díselo, anda, y dile que no tenga tanta prisa por fumar.
Mey y Migue se quedaron callados y pensando qué era lo que había querido decir el señor Melquiades.  Pero ellos solo entendieron que tenían que seguir corriendo a comprar ese librito del Zig-Zag, y luego subir al sobrau, antes de que se fuera la luz del día, a ver las peonzas coloreadas de Migue.

sábado, 19 de julio de 2014

Martes,15 de Julio de 2014. Fin de una vida.



Quienes la conocieron, conocen bien cómo fue el paso por la vida de esta mujer.
Una mujer ejemplar, tenaz y hasta heroica, diría yo.
La vida de mi prima Sela fue una vida de intermedios que transcurrió entre esos dos mundos, cuyas líneas separan los renglones torcidos...
No por ello dejó de cuidar primero a su madre, imposibilitada en cama, durante casi siete años. Poco tiempo después ocurría lo mismo con su padre. Apenas falleció su padre, enfermó ella. Y también se cuidó a ella misma, con la gran ayuda de Balduino, de su hermano Baldu, al que ella no paraba de elogiar, siempre emocionada, que era muy bueno su hermano, que la traía, que la llevaba, todas las veces que hiciera falta, que lo quería mucho y que la quería mucho, que ella creía que estaba cansado y con sueño por culpa de su enfermedad. Y que ella estaba preocupada porque su hermano estaba perdiendo de trabajar por ir con ella a los médicos tantas y tantas veces y todas las veces como fue preciso y más.  Y te decía, llorando, que qué bueno, qué buenísimo era su hermano Baldu. 
Alcanzaste a distinguir y a tener muy claro, quienes te querían de verdad.  Algo que no es fácil de llegar a saber, tú lo sabías perfectamente.
La vida de mi prima Griselda duele, y duele mucho.
Me  recuerda unos libros de lectura que teníamos en la escuela guardados en aquel armarito con puertas de cristal, y que la señora maestra nos hacía leer con cierta frecuencia; una por una, siguiendo la lectura, mientras el resto de la clase escuchaba. Se titulaban "Vidas de Santos" 
Querida prima Sela yo sé que debes estar en el cielo, que has tenido el cielo de premio, no puedes estar en otro lado. Te imagino recorriendo el espacio, buscando a toda tu gente; a tus hermanos, a los abuelos, a los tíos, a tu padre, a tu madre, a la mía...
Pero, creo que no ha hecho falta que hayas salido a buscarlos, porque están todos ahí, esperándote..., mientras aquí, te echamos tantísimo de menos...

viernes, 4 de julio de 2014

Los clarines del miedo


El tropel de caballos avanza por la dehesa. Los jinetes armados con picas separan y conducen la manada escogida para la fiesta del pueblo. Siete toros negros, siete con el sobrero y cuatro cabestros de pelaje nevado. Los llevan andando, campo través, hasta el corral donde van a encerrarlos.

Ya dos días que los maletillas llegaron al pueblo, viajan a pie los caminos, de fiesta en fiesta, durmiendo a cielo raso en suelo de tierra. Se les ve delgados, de porte fino, llevan el hato a cuestas, las botas y el atuendo gastado y una carita marcada por el hambre.
A las diez de la mañana suenan los clarines, los clarines del miedo. Se abre la puerta del toril y se aproximan toros negros de rizosa testuz, de ojos cristalinos, de larga cornamenta seguida de una sombra negra…
A la madre de Víctor se le aprieta la garganta y el corazón le golpea el pecho; su hijo está ahí, ahí fuera, y no hay manera de decirle que no. Al tercer toque de clarines los astados se adueñan de la calle, el tolón tolón de los cencerros, los gritos y el alborozo de la gente, ahogan el repiqueteo de la manada  sobre el pavimento empedrado. 
Su madre no quiere verlo, tampoco puede parar por casa intuyendo, intentando adivinar, imaginando qué.  Hace oído, se asoma por la ventana del sobrau se levanta de la silla y da unos pasos recios que hacen retemblar el suelo de madera.  Se deja caer en la silla, se vuelve a levantar...  De nada ha servido todo lo que ha suplicado, que deje esa afición suya, esa afición tan grande que siente..., que un día le va a costar un disgusto..., que, ya está empezando a matarla un poco. Y a Víctor le duele su madre, le duele mucho, pero es más grande eso que le corre por dentro y que lo hace plantarse delante de los toros. Y va y viene de pueblo en pueblo, de fiesta en fiesta con los maletillas.   Y hoy, hoy toca en su pueblo.
-¡Víctor, Víctor, torero, torero…! Vocifera la gente.   

Domingos de cine

    El cine Norte era además salón de baile y teatro. Tenía muchos bancos de madera que alineaban rellenando todo el aforo, todo el espacio ...