miércoles, 12 de octubre de 2016

Villabuena en la memoria XVI: Letras doradas "Singer"



Un día llegó al pueblo y después a casi todas las casas del pueblo, le reservaron sitio en la ventana de la habitación grande, ahí la colocaron pegada a su fuente de luz natural. En sus aposentos descansa silenciosa sobre sus patas de hierro forjado. El vaivén del pedal está quieto protegido con una alfombrilla estampada con dibujos de caballos. La tapa curvada de madera brillante guarda y protege, bajo llave, la cabeza metálica lacada en negro con letras doradas "Singer" dicen esas letras. A su derecha el cajón, largo y estrecho, donde se guardan hilos tijeras lentes de coser, una correa, agujas de repuesto y varias canillas. Al otro lado tiene su sitio la puntiaguda aceitera, unas gotas de aceite como único alimento a lo largo de su vida eterna. Ya cosía para la abuela, ha cosido para unas cuántas generaciones; faldas y vestidos, camisas, chaquetas, camisones, sábanas y manteles, cremalleras, pantalones, cortinas...

-Sí, María sí que está en casa, porque cuando he pasado hace un momento por delante de su puerta, se oía la máquina de coser.

Al volver de la escuela, ya llegando a casa se oía la máquina de coser, ya sabíamos que las madres estaban en casa, ese sonido nos anunciaba a distancia, incluso antes de llegar a la puerta que nuestras madres ese día no estaban trabajando en el campo, recuerdo la alegría que daba ese sonido y la soledad del silencio de los otros días cuando, al llegar, la casa estaba vacía y no podíamos entrar por el portal pidiendo la merienda y vociferando; ¡mira madre lo que he hecho hoy en la escuela, mira qué dibujo, mira que dictado, mira los deberes que nos han puesto hoy y, mira todos los cromos que he ganado en los recreos, y mira una niña me ha pegado y yo a ella también...!

La máquina de coser sonaba como uno de esos chaparrones, deseados, al ritmo de la intensidad del pedal y a los niños, ese sonido, se  nos hacía que la casa estaba encantada y llena música, de música bonita, como de villancicos.


jueves, 6 de octubre de 2016

Villabuena en la memoria: Toro, esa nave nodriza



Toro era la ciudad a la que acudíamos las gentes de los pueblos aledaños a trabajar, a comprar y vender, recuerdo haber oído contar que se pagaba un impuesto llamado"pontazgo"cuando se salía de la ciudad ya con las compras hechas a la salida del puente y portazgo cuando el impuesto se pagaba por pasar por una "puerta" ¿?  ejemplo por la actual Puerta de Corredera

Toro nos surtía de ropa de vestir, de calzado de a diario y de fiesta, de semillas, abonos químicos, el mineral, aperos de labranza, planta para la huerta..., comprar un reloj despertador, de pared,  de pulsera o arreglar el que se había estropeado, se compraba el ganado de labranza y los animales de corral, recuerdo aquel escaparate, debajo el arco el reloj lleno de pollitos, recién nacidos, de color amarillo que se amontonaban alrededor de una bombilla como único foco de calor en aquel "semillero" de futuras gallinas ponedoras y de orgullosos gallos kikirikís.

A las ferias de ganado de los días diez o veinticinco de cada mes se llevaban a vender los tostones, burros, mulas, caballos, yeguas, aparejos, trastes, herramientas de campo y de la huerta...  En Toro te hacían las fotos (cuando se trataba de las fotos del carnet de identidad iba el fotógrafo al pueblo) En el estudio de fotografía "Parra" hacían las ampliaciones, las fotos de estudio y los recordatorios. A Toro se iba a la modista y al sastre, a hacer papeles, a gestionar la cuenta del banco, a comprar los muebles de las vistas, a comprar los figurines las telas y paños para confeccionar en casa la ropa de vestir, se compraba la ropa de cama, mantelerías, lanas de tejer, las alianzas de boda y tantas, tantas cosas más...

Toro formaba  parte de la vida de muchas generaciones no solo de nuestro pueblo sino de todos los pueblos aledaños era como una nave nodriza surtiendo de todo lo necesario y de lo superfluo también. Ir a Toro era como un día de fiesta para los niños aunque los niños no viajásemos apenas hasta Toro, el hecho de que los padres y madres fueran a Toro significaba alguna cosa extra; un bollo, un muñeco pequeño, un cuento, un tebeo, un"chiche"golosina... Recuerdo aquellos bollos llamados suizos, que a día de hoy siguen existiendo... ¿Qué te ha traído tu madre o tu padre de Toro? Nos preguntábamos unos a otros y los mayores nos decían, "hoy buen día ¿verdá? que está tu madre forastera" Estar forastero significaba que se había ido ese día a Toro.

Los viajes a Toro se hacían  en burro, a caballo,  en carro de mulas, andando con la alforja al hombro, en bici, en coche de línea o subidos en la baca del coche porque, allá arriba, sentados entre los bultos y las maletas solo se pagaba medio billete. Casi todos llevaban la comida de casa, como cuando se iba al trabajo en el campo, en Toro se comía en las mesas de los bares con solo pagar la bebida, se sentaban a la mesa  y sacaban su fiambrera.

En las posadas de Toro descansaban y se guardaban los animales con los que se  había hecho el viaje, allí se les daba agua, le echaban un pienso o se le ponía la cebadera y pasaban el día en los establos de las posadas hasta que sus amos terminaban los quehaceres, encargos y recados que los habían llevado a  la ciudad. 

domingo, 2 de octubre de 2016

Villabuena en la memoria XIV: La azucarera del Duero


Una gigantesca nube corona las chimeneas de la fábrica y sobrevuela la cuenca del  Duero, la columna de vapor coge altura y puede verse desde la carretera y desde muy lejos. Cuando niños cuesta imaginar que esos chorros de humo blanco sean consecuencia de la obtención de jarabes, alcohol, azúcar, pulpa etc., y cuesta creer que las remolachas salgan de esas semillas que más parecen sopa de estrellitas de corcho apelotonadas y pegadas unas a otras.




A la azucarera se va en turnos rotativos. A los más pequeños nos resulta extraño que los padres no duerman en casa porque haya un trabajo que hacer durante las noches. Había hombres que hacían el camino andando hasta Toro, otros en bicicleta. Y aquella noche nevada en que los hombres no podían faltar al trabajo -porque una fábrica no puede parar- decían. Y aquella noche y más noches tuvieron que salir al trabajo con el suelo nevado pedaleando en su bici. A los niños nos daba mucha pena aunque los hombres decían que dentro de la azucarera no se pasaba frío, que solo era el frío del camino, que allí dentro de la fábrica hacía muy bueno que hacía hasta calor.

Poco tiempo después pusieron un autocar que recogía a los trabajadores a la puerta de la Iglesia en todos sus turnos. Lo contentos que iban los hombres, como de lujo, decían, y los niños conciliábamos mejor el sueño, mucho mejor que las otras noches cuando las nevadas, los silbidos del viento helado o cuando llovía que, no parábamos de pensar en todos esos padres a la intemperie de la noche camino de la azucarera y nosotros, mientras, en la cama calentitos. Menos mal que hacían ya el camino a cubierto y cómodamente sentados.



La Azucarera del Duero, en Toro, pluriempleaba a los jornaleros del campo y en ocasiones, según necesidad, a los que no eran jornaleros y necesitaban igualmente pasar el invierno, el largo y crudo invierno castellano en el cual se helaban hasta las palabras.
Aquellos sobres pequeños, de papel marrón, que contenían la paga semanal de los obreros del azúcar suponía que las familias podían pasar el invierno económicamente más aliviadas, más tranquilas y hasta podrían permitirse alguna que otra compra para Navidad y Reyes.

Domingos de cine

    El cine Norte era además salón de baile y teatro. Tenía muchos bancos de madera que alineaban rellenando todo el aforo, todo el espacio ...