Y así mientras hablan y andan se les evapora el sentido del tiempo y se salen del pueblo sin darse cuenta, y se desorientan, no encuentran nada conocido, no se ve, no encuentran ni el camino de regreso y se cansan más que se asustan, apenas pueden seguir andando y eso sí que les da más miedo.
Rufo -Cuidau, cuidau, que no te des con los espinos, que nos traga el espino. Umbra, penmbra, ni el sol ni la luna, ni cuasi los dedos de las manos se ven, y los de los pies que andan más lejos..., pa qué decir... ¡Que no te adelantes ni una miaja Santos!
Santos -Ahí paice que..., sí, mira, ahí mismito Rufo, unas vigas, vamos a sentarnos a descansar un ratico que las piernas ya no nos sujetan.
Rufo -Bueno, pero na más que cinco minutejos, y seguimos ¿onde dices que están las vigas?
Santos -Mismamente aquí. Seguimos, ¿pa dónde, dí, pa dónde? Norte, sur, este, oeste, hemos recorrido los cuatro puntos cardinales y no salimos del mismo corro, y vuelta a empezar, que no sabemos ni onde estamos, ni tú ni yo lo sabemos Rufo, acétalo.
Rufo -Digo yo que esto tié que ser lo más parecido al cielo que tenemos aquí en la Tierra y que veremos en vida...
Santos -¿Cuál?
Rufo -Esto mismo, esto de andar entre las nubes...
Santos -Pa remate. ¿No nos habremos muerto?
Rufo -Lo digo en serio Santos.
Santos -Yo nunca he hablau tan en serio como en estos mismos momentos, Rufo.
Y a los dos les entra una risa nerviosa que le impide seguir hablando. Rufo respira hondo, deja pasar unos instantes en silencio y retoma la palabra.
Rufo -Cuando niño oí decir a los mayores que si tirabas un puño sal a lo alto, se disipaba ese trozo de niebla, ese espacio donde daba la sal. Lástima que no tengamos un poco sal aquí porque hubiera sido mejor que esa idea de traernos el farol, digo yo.
Santos -Pues yo eso ni me lo creo, ya ves tú.
Rufo -Habrá que probar primero, digo yo. Ya lo haremos si salimos de esta.
Cada paso que dan es incierto, el suelo ha ido desapareciendo entre las nubes, van en dirección al montón de vigas que creyó ver Santos y, ¡pun! se tropiezan con ellas. Curiosamente caen encima de una viga que está a media altura del suelo y caen sentados, sentados a pernacachón con los pies colgando, no entienden cómo han caído así, ni quieren pararse a pensarlo, están mas que agradecidos de poder sentarse un rato. Pero, cuando empiezan a sacar gusto al descanso...
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Fin de la 2ª parte
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Fin de la 2ª parte