La tarde lleva
amenazando tormenta desde el medio día, aunque no acaba de manifestarse “hace amagos de ser una tormenta seca” presagian
los más mayores.
Alrededor de la plaza
se va agolpando la gente. Esta tarde en
el coso taurino tocan las bandas municipales; la local, las de pueblos cercanos y hasta una de la capital,
van a dar sus conciertos durante los meses de verano en la plaza de toros, este
año celebran el ciento veinticinco aniversario de la fundación de la banda
local.
Francisco ha ido
en compañía de su nieto Quico, el abuelo no quería perderse la ocasión que se
le ha presentado de volver a pisar la plaza después de tantos años, y contemplar,
de nuevo, aquella arena, aquellas gradas,
aquel redondel. Rememorar todo aquello que le contara su
padre cuando, mucho tiempo atrás,
acudiera con él en las fiestas, a esta
misma plaza a ver las corridas de toros.
A Francisco, estos momentos lo llenan de
ilusión, pero también le embarga cierta
tristeza, echa de menos a todos los que
ya no están, cuánto le hubiese gustado poder haber ido con ellos, pero que no, que ya no puede ser, por edad ya no forman parte de su vida; ni
hermanos, ni cuñados, ni amigos, ni vecinos. Se pregunta por qué al tiempo o al destino se
le había antojado que él sobreviviera a
todos ellos, incluso al padre de Quico. Y mira hasta fatigarse la vista, buscando
entre la gente alguien que pudiera ser de su quinta, pero no ve a nadie,
calcula que, él, le saca casi veinte años
a los mayores que rodean la entrada de la plaza.
Los diecisiete
años del chico revelan cierto rechazo a dedicar una tarde entera oyendo esa
clase de música. Si no fuera por el
cariño que siente por el abuelo..., solo pensar que no le queda nadie más que pueda acompañarlo, solo pensar lo que para el abuelo va a significar entrar de
nuevo en la plaza de los toros, es motivo suficiente, para acompañarlo. Por
unos instantes, a Quico le sacude la nostalgia, cree que siente la mano de su
padre ayudándole a acomodarse en aquellas gradas hechas con vigas de palo. Cuánto
tiempo había pasado, y sin embargo, allí, delante de sus ojos, continúan los
mismos asientos hechos con vigas de palo, y el mismo tachonado de madera y las
mismas columnas de madera, todo limpio, todo, conservando un colorido fresco,
como recién pintado, como recién restaurado, como acabado de hacer.
-Date buena
cuenta de esto que te digo Quico, ahí donde la ves, el mes que viene cumple 187
años. Según decían los más mayores, la primera corrida de toros que se celebró
en esta plaza fue el día de San Agustín,
el 28 del 8, o sea de Agosto de 1828, siendo inaugurada el 18 del mismo mes y
año, y, mira la prisa que debieron darse construyéndola, pues empezaron las
obras en Enero de ese mismo año 1828. Por entonces, reinaba Fernando VII.
-Fíjate bien
Quico- decía Francisco perdiendo la mirada por el coso taurino- hay que ver lo
que es la vida, las cosas pueden perdurar en el tiempo por los siglos de los
siglos y hasta rejuvenecer, los seres vivos no.
Pero está bonita, está como cuando me trajo mi padre, como la primera
vez que la vi.
-Sí, está bonita
abuelo, han hecho un buen trabajo, pero si sigues hablando van a llamarnos la
atención, el público ha venido a oír el concierto.
-Ya. Ya me
callo.
La banda de música,
expande los sonidos por el aire; pasodobles, marchas, bandas sonoras de
películas, homenaje a un músico
estadounidense, boleros, vals y pasacalles se enredan entre el brillo dorado de
los instrumentos. Y Francisco está pero no está, está presenciando todo
aquello, pero su pensamiento se halla muy lejos de lo que ocurre en la plaza
esta tarde de sábado.
-Atiende Quico,
esa es la puerta por donde salen los toros, esa otra por donde salen los
toreros al despeje de plaza parece que los estoy viendo hacer el paseíllo,
y al torero aquel saltando la barrera, de buena se libró. Y luego, al minuto,
el banderillero fue detrás. De buena se
libraron los dos aquella tarde…
-Eso era antes, abuelo,
cuando había corridas, ahora ya no, hace
años que no. Ya sabes. Escucha, es un pasodoble, a ti te gusta el pasodoble. Si
no dejas de hablar van a llamarnos la atención.
-Ya, ya me callo
Quico. Solo que en esa especie de palco ¿lo ves? ahí se sentaban las
autoridades, la presidencia, la presidencia sacaba un pañuelo para premiar la
faena del torero, sacaban el pañuelo blanco; una vez, una oreja, dos veces, dos
orejas. En ese otro apartado se colocaba
la banda de música, hacían sonar los
clarines anunciando que salía el toro, o que se cambiaba de tercio, y también
agasajaban con música la faena del torero. Y la vuelta al ruedo acompañada con
música de pasodoble, ese, ese mismo, el que están tocando ahora, y…
-Abuelo, como
sigas hablando vamos a tener que marcharnos, nos van a echar.
-Ya hijo, es que
no puede uno por menos, pero ya me callo, ya te digo yo que me callo.
Una conocida
pieza de Mozart restallaba entre los maderos recién restaurados, el público
mueve las manos y los pies siguiendo los compases de aquellas notas vívidas
-Qué soberbia
elegancia la de aquellos caballos blancos con los aguacilillos corriendo las
llaves, Quico, y cuando salían las mulas y arrastraban al toro muerto por el albero… Bueno, y ya no hablo más en toda la tarde. Los
toros hacían su entrada en la plaza luciendo unas cintas en lo alto del lomo,
esas cintas se llamaban divisas y era un distintivo que…
-Abuelo, ese
guardia, creo que viene hacia nosotros.
-Pisaron esta
arena figuras muy importantes, como Lagartijo, el Espartero, Frascuelo, Los Gallos,
Los Fuentes… ¿Qué ha de ser,
señor guardia, qué se le ofrece…?
-Buenas tardes
tenga usted, estamos buscando, entre los espectadores, a la persona más vieja
de esta tarde en la plaza, quieren agasajarla, y creo que bien podría ser usted si se me permite, con el debido respeto,
es decir, si usted lo permite, si ustedes
lo permiten.
Sí, era
Francisco el espectador de más edad que había asistido hoy al concierto en la
plaza, el mismo que condecoraron con una banda honorífica y a él le dedicaron la última composición
sinfónica de la tarde entre una gran ovación por parte del público.
“De modo que
ahora en las plazas de toros lo único que se hace es tocar música, para eso han
quedado, parece mentira, parece imposible. Si esto lo llega a ver el padre de
Quico, y mi mismo padre, y unos cuántos más, Dios los tenga en su gloria…, lo
verían y no lo creerían. Y así y todo,
bien bonita que está, está muy guapa la plaza y como nueva, hasta parece más
nueva que nunca, todavía le queda mucha vida a esta plaza.” Se va diciendo, con pesar y, para sus
adentros, el viejo Francisco mientras se desprende de la banda honorífica, y la
enrebuja, y se la guarda en un
bolsillo del pantalón. Y abuelo y nieto, cogidos del brazo, se entremezclan con
el gentío por el callejón que conduce a la calle. Ya está anocheciendo y el cielo continúa
oscuro.
-A mí me ha
gustado el concierto abuelo, sobre todo esa pieza musical de la película “La historia interminable” pero lo que más me
gustó de todas ha sido el homenaje a
Maikel Jackson, lo han hecho muy bien.
-Pues yo me
alegro mucho por ti Quico hijo, pero apenas si me he dado cuenta de lo que
tocaban ¡jó sus! El caso es, que me ha
parecido oír algunos compases… Pero la plaza, la plaza estaba bonita, me ha gustado mucho estar este rato en la
plaza y también me ha emocionado mucho todo hay que decirlo.
Apenas llegan a
casa, aquella tormenta que amenazara, durante buena mitad del día, estalla, y,
como liberándose de su carga enciende, fulminante, la fugacidad de los
relámpagos, retumba furiosa el ruido ensordecedor de los truenos
y aquellas nubes negras, por fin, han comenzado a tirar agua, más que chaparrón
se podría decir que parece el diluvio.
-“Santo Dios, Santo
fuerte, Santo inmortal, líbranos Señor de todo mal.
Y a poder ser,
devuelve la plaza a su ser, a poder ser…”