Un día llegó al pueblo y después a casi todas las casas del pueblo, le reservaron sitio en la ventana de la habitación grande, ahí la colocaron pegada a su fuente de luz natural. En sus aposentos descansa silenciosa sobre sus patas de hierro forjado. El vaivén del pedal está quieto protegido con una alfombrilla estampada con dibujos de caballos. La tapa curvada de madera brillante guarda y protege, bajo llave, la cabeza metálica lacada en negro con letras doradas "Singer" dicen esas letras. A su derecha el cajón, largo y estrecho, donde se guardan hilos tijeras lentes de coser, una correa, agujas de repuesto y varias canillas. Al otro lado tiene su sitio la puntiaguda aceitera, unas gotas de aceite como único alimento a lo largo de su vida eterna. Ya cosía para la abuela, ha cosido para unas cuántas generaciones; faldas y vestidos, camisas, chaquetas, camisones, sábanas y manteles, cremalleras, pantalones, cortinas...
-Sí, María sí que está en casa, porque cuando he pasado hace un momento por delante de su puerta, se oía la máquina de coser.
Al volver de la escuela, ya llegando a casa se oía la máquina de coser, ya sabíamos que las madres estaban en casa, ese sonido nos anunciaba a distancia, incluso antes de llegar a la puerta que nuestras madres ese día no estaban trabajando en el campo, recuerdo la alegría que daba ese sonido y la soledad del silencio de los otros días cuando, al llegar, la casa estaba vacía y no podíamos entrar por el portal pidiendo la merienda y vociferando; ¡mira madre lo que he hecho hoy en la escuela, mira qué dibujo, mira que dictado, mira los deberes que nos han puesto hoy y, mira todos los cromos que he ganado en los recreos, y mira una niña me ha pegado y yo a ella también...!
La máquina de coser sonaba como uno de esos chaparrones, deseados, al ritmo de la intensidad del pedal y a los niños, ese sonido, se nos hacía que la casa estaba encantada y llena música, de música bonita, como de villancicos.
Al volver de la escuela, ya llegando a casa se oía la máquina de coser, ya sabíamos que las madres estaban en casa, ese sonido nos anunciaba a distancia, incluso antes de llegar a la puerta que nuestras madres ese día no estaban trabajando en el campo, recuerdo la alegría que daba ese sonido y la soledad del silencio de los otros días cuando, al llegar, la casa estaba vacía y no podíamos entrar por el portal pidiendo la merienda y vociferando; ¡mira madre lo que he hecho hoy en la escuela, mira qué dibujo, mira que dictado, mira los deberes que nos han puesto hoy y, mira todos los cromos que he ganado en los recreos, y mira una niña me ha pegado y yo a ella también...!
La máquina de coser sonaba como uno de esos chaparrones, deseados, al ritmo de la intensidad del pedal y a los niños, ese sonido, se nos hacía que la casa estaba encantada y llena música, de música bonita, como de villancicos.