Una gigantesca nube corona las chimeneas de la fábrica y sobrevuela la cuenca del Duero, la columna de vapor coge altura y puede verse desde la carretera y desde muy lejos. Cuando niños cuesta imaginar que esos chorros de humo blanco sean consecuencia de la obtención de jarabes, alcohol, azúcar, pulpa etc., y cuesta creer que las remolachas salgan de esas semillas que más parecen sopa de estrellitas de corcho apelotonadas y pegadas unas a otras.
A la azucarera se va en turnos rotativos. A los más pequeños nos resulta extraño que los padres no duerman en casa porque haya un trabajo que hacer durante las noches. Había hombres que hacían el camino andando hasta Toro, otros en bicicleta. Y aquella noche nevada en que los hombres no podían faltar al trabajo -porque una fábrica no puede parar- decían. Y aquella noche y más noches tuvieron que salir al trabajo con el suelo nevado pedaleando en su bici. A los niños nos daba mucha pena aunque los hombres decían que dentro de la azucarera no se pasaba frío, que solo era el frío del camino, que allí dentro de la fábrica hacía muy bueno que hacía hasta calor.
Poco tiempo después pusieron un autocar que recogía a los trabajadores a la puerta de la Iglesia en todos sus turnos. Lo contentos que iban los hombres, como de lujo, decían, y los niños conciliábamos mejor el sueño, mucho mejor que las otras noches cuando las nevadas, los silbidos del viento helado o cuando llovía que, no parábamos de pensar en todos esos padres a la intemperie de la noche camino de la azucarera y nosotros, mientras, en la cama calentitos. Menos mal que hacían ya el camino a cubierto y cómodamente sentados.
La Azucarera del Duero, en Toro, pluriempleaba a los jornaleros del campo y en ocasiones, según necesidad, a los que no eran jornaleros y necesitaban igualmente pasar el invierno, el largo y crudo invierno castellano en el cual se helaban hasta las palabras.
Aquellos sobres pequeños, de papel marrón, que contenían la paga semanal de los obreros del azúcar suponía que las familias podían pasar el invierno económicamente más aliviadas, más tranquilas y hasta podrían permitirse alguna que otra compra para Navidad y Reyes.
Aquellos sobres pequeños, de papel marrón, que contenían la paga semanal de los obreros del azúcar suponía que las familias podían pasar el invierno económicamente más aliviadas, más tranquilas y hasta podrían permitirse alguna que otra compra para Navidad y Reyes.