Son las 19:30 horas de un sábado de agosto. Desde la ventana del salón se intuye el bochorno. Las calles del pueblo están vacías, hace calor y el viento sopla fuerte silbando en ráfagas constantes, suelta bramidos y levanta remolinos de tierra de los campos cercanos y los deja caer estampándolos contra el suelo, como en chaparrón, pulverzándolo todo.
El teléfono se niega a funcionar, la televisión no responde, también se ha ido la luz del flexo y, compruebo, que la de toda la casa además de la línea de Internet.
Tan solo funciona el pequeño transistor, mi fiel e incondicional radio a pilas, sintonizo la FM, intentando ahogar o mitigar en algo los estruendos de la tormenta "cabezas de lista de todos los agostos desde el año 1968" ¡qué temblor! cómo arañan, cómo rasguñan, letra y música, a la vez, arrancando lágrimas y dibujando sonrisas. Pero tampoco tengo el valor de desconectarla, ella y la tormenta son los únicos sonidos que ocupan el aire. Ellos y el color gris oscuro de la tarde llenan todo el vacío que ha ido dejando el apagón eléctrico. Las canciones me sacan del presente y me llevan en volandas succionándome en el tiempo, hacia atrás, desde este agosto de 2019.
Una tras otra atraviesan el dial trasportándome, una tras otra se suceden sin cortes de publicidad, se agradece que no interrumpan estas canciones por todos conocidas, por todos los de mi época. Y qué habra sido de Juanjo y de Valentín, y de Lucía y Goyi, y Clari y.., ¿qué ha sido de mí? Me he marchado con ellos esta noche...
Se ha parado el viento. El teléfono ha vuelto y la tele y la luz y el alumbrado público y la línea de Internet. En el reloj suenan las dos de la madrugada y no tengo ni síntomas de sueño, me tumbo en la cama y vuelvo a los años setenta metida en la radio. Suena el teléfono y me saca del ensimismamiento musical, es Guille, alarmado por no haberme localizado durante estas horas, me suelta, mientras yo me encuentro lejos, tan lejos de su voz y de su inquietud por mí, en aquel entrañable entorno adolescente y en aquellos años de la juventud, cuando él, Guille, ni siquiera existía en mi vida...
No quiero decirle..., no le diré que pasaré la noche metida en mi radio a pilas.
El teléfono se niega a funcionar, la televisión no responde, también se ha ido la luz del flexo y, compruebo, que la de toda la casa además de la línea de Internet.
Tan solo funciona el pequeño transistor, mi fiel e incondicional radio a pilas, sintonizo la FM, intentando ahogar o mitigar en algo los estruendos de la tormenta "cabezas de lista de todos los agostos desde el año 1968" ¡qué temblor! cómo arañan, cómo rasguñan, letra y música, a la vez, arrancando lágrimas y dibujando sonrisas. Pero tampoco tengo el valor de desconectarla, ella y la tormenta son los únicos sonidos que ocupan el aire. Ellos y el color gris oscuro de la tarde llenan todo el vacío que ha ido dejando el apagón eléctrico. Las canciones me sacan del presente y me llevan en volandas succionándome en el tiempo, hacia atrás, desde este agosto de 2019.
Una tras otra atraviesan el dial trasportándome, una tras otra se suceden sin cortes de publicidad, se agradece que no interrumpan estas canciones por todos conocidas, por todos los de mi época. Y qué habra sido de Juanjo y de Valentín, y de Lucía y Goyi, y Clari y.., ¿qué ha sido de mí? Me he marchado con ellos esta noche...
Se ha parado el viento. El teléfono ha vuelto y la tele y la luz y el alumbrado público y la línea de Internet. En el reloj suenan las dos de la madrugada y no tengo ni síntomas de sueño, me tumbo en la cama y vuelvo a los años setenta metida en la radio. Suena el teléfono y me saca del ensimismamiento musical, es Guille, alarmado por no haberme localizado durante estas horas, me suelta, mientras yo me encuentro lejos, tan lejos de su voz y de su inquietud por mí, en aquel entrañable entorno adolescente y en aquellos años de la juventud, cuando él, Guille, ni siquiera existía en mi vida...
No quiero decirle..., no le diré que pasaré la noche metida en mi radio a pilas.
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Todos los derechos protegidos.
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