viernes, 13 de noviembre de 2020

Las chicas de la bici



 - años 30 del siglo XX -
Aunque pueda parecerlo, estas chicas no están posando para una revista de moda, son chicas sencillas de vida sencilla económicamente centrada en lo esencial. Ni siquiera las bicicletas eran suyas. En el tiempo y lugar de esta fotografía las bicicletas solo las utilizaban los hombres, únicamente, como herramienta de trabajo.

Ellas eran amigas, vecinas, hermanas, inseparables compañeras de todos los días. Y era así desde sus madres, después ellas aprehendieron sus costumbres, y, se sentaban juntas a coser en la calle, a la solana, y dentro de casa si hacía frío y a la luz de la vela en las noches de invierno, unas noches en casa de unas, otras noches en casa de otras, siempre en compañía de los padres de las unas y de las  otras. Se entablaban tertulias, algún que otro juego de mesa, se contaban casos y cosas; versos, refranes, dichos, cuentos, canciones, leyendas, chismes. También se leía en voz alta hasta que se acababa la vela, casi siempre el consumo de la vela marcaba el final de la reunión y la hora de recogerse, de irse a dormir cada uno a su casa.

Ellas iban a la escuela, ayudaban en casa, confeccionaban su ropa de vestir, indistintamente de la estación natural del año, a golpe de vistazo al "figurín" hacían prendas de a diario y de estreno para las fiestas grandes, además tejían sus propios jerséis y rebecas, también bordaban su propio ajuar de novia, cuidaban de los más pequeños, ayudaban en las huertas y en los trabajos del campo, atendían a los animales del corral, iban a buscar agua a los manantiales o al río, iban a lavar a las pozas o a la Guareña entre otros tantos quehaceres. Ellas, las chicas de la bici, vivieron con los padres en la casa paterna hasta que llegó el día en que salieron del hogar familiar para casarse y no antes, porque era así, por aquel entonces era así.

Se intuyen chicas felices de vida plácida.

La foto está hecha en El Camino Toro, a unos pasos de las casas donde vivían las chicas de la bici, justo a la puerta de la cochera del haiga (coche grande y lujoso) del Trinquete. En aquel tiempo este complejo de ocio estaba en su esplendor. El Trinquete en sí guarda una de las historias más rocambolescas de nuestro pueblo y no solo en lo que a su diversa actividad se refiere, sino a la vida cotidiana de sus habitantes, dicha historia, contada por nuestros mayores y transportada por el vehículo de la memoria hasta nuestros días. La señora apoyada en la puerta de la casa familiar del Trinquete, trabajaba in situ en las tareas domésticas que, por aquel entonces, debían ser tantísimas debido a la grandeza, extensión y productividad de todo aquello, de todo aquel complejo de ocio y divertimento que entretenía no solo a las gentes del pueblo sino a las de los pueblos aledaños también.

Las madres de estas chicas fueron, sin duda, la última generación que vistió manteos, o sea, faldas largas hasta los pies, largas por el decoro marcado por la época. Después, sus hijas, las chicas de la foto, vistieron muy por encima de los tobillos, casi un escándalo. Las madres de estas chicas fueron también la última generación que (de mayores) peinaron pelo largo, larguísimo, recogido en la nuca en un moño trenzado, era tan largo su cabello que tenían que peinarse las unas a las otras, ya que por sí mismas resultaba difícil y, bien en la mañana o bien en la tarde ocupaban un rato con los peines y lo hacían en la calle, en el vecindario, siempre que el clima lo permitiera. Armadas con el espejo de mano, las horquillas de moño, el peine, la peina, las peinetas, la lendrera (peine con dientes muy apretados), el peinador, la palangana, la toalla, la colonia, el jabón. La generación de las chicas de la bici, marcó época y tendencia en cuanto a su forma de vestir y de peinarse y ellas fueron también, las primeras mujeres adultas que empezarían a vestir  pantalones.

Las chicas de la bici recogieron el tiempo aprehendido de sus mayores y nos trasmitieron de generación en generación (hijos, nietos y bisnietos) un sentimiento de amistad y querencia incapaz de diluirse en el tiempo. Ahí continúan las generaciones siguientes manteniendo el vetusto vínculo afectivo. Esas personas especiales con las que nos ha hecho coincidir la vida.

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 -foto de Lidia Lorenzo Moyano-
Muchas gracias Lidia, por esta magnífica foto
que  tanto nos cuenta, que tanto nos une, que tanto nos recuerda.

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