Hoy el cielo ha amanecido de color gris oscuro y el suelo de un blanco resplandeciente, el contraste de los dos colores se divide en arriba y abajo, cerca del suelo nevado deslumbra el color blanco, si se sube al sobrau, el tono gris es el que predomina entrando por las claraboyas y por los ventanucos pequeños dando oscuridad , una oscuridad que apenas si hay la luz suficiente para encontrar nada.
sábado, 6 de noviembre de 2021
El muñeco de nieve
Hay que alumbrarse con el candil o con una vela, y, a los niños no se le permite ir con candiles o velas a buscar nada. ya que los mayores lo consideran un peligro, la llama puede prender con facilidad y provocar un desastre. A veces el candil o la vela se apagan a la menor corriente de aire y se queda en la oscuridad total. Menos mal que acaban de "salir" unos artilugios con bombillas minúsculas que lucen sin cable, se llaman linternas, y reciben la energía de una pila de petaca.
Y, para asombro y gozo de los más pequeños, los mayores dejan que manipulen con las linternas, ya que, según parece, con estas lamparitas no hay peligro alguno. Los niños están encantados con este invento nuevo, el hecho de llevar una luz en la mano, de ir y venir, encendiendo y apagando aquella bombilla portátil les da a ellos, como un poder especial.
Como quiera que esta noche había caído tanta nieve y continuaba cayendo que, ni los hombres pudieron ir al campo, ni se abrieron las escuelas. Los hombres y los niños andan por casa. Los hombres poniendo aquellas lumbradas de invierno y luego saliendo a las calles, a hacer senderos, con palas y escobajos de ajunjeras para así poder ir al comercio, a la fragua o a la tahona a comprar el pan. Había que ir y volver lo más rápidamente posible, porque los senderos se borraban en un santiamén con el espesor de los copos y pronto aparecían, de nuevo, intransitables y llenos de nieve.
Los cuatro niños; Migue, Mey, Corina y su hermanita Blanca, se abrigan convenientemente, y envuelven sus manitas en bolsas de plástico. Cubriendo el envoltorio-plástico se ponen las manoplas gordas de lana y se echan a la calle a disfrutar la nevada, quieren hacer un muñeco de nieve, uno muy grande, dicen, hasta donde alcancemos. Los niños empiezan a rodar por el suelo una bola de nieve del tamaño de un balón que, a cada vuelta va aumentando de volumen.
Primero una bola muy grande para el cuerpo del muñeco y luego la bola pequeña que dé forma a la cabeza, después habría que "vestirlo" con cosas del sobrau. Entre vueltas y más vueltas a las bolas de nieve, los niños se turnan y pasan por casa. Las madres tienen preparada una tacita de caldo bien caliente que ofrecen a los niños y, en lo que se puede, le secan las manoplas a la lumbre mientras los niños se calientan las manos y los pies. Han aguantado mucho tiempo en la calle, pero mucho, han aguantado hasta cuando el frío era tal, que estaban a punto de echarse a llorar por querer quedarse un poco más de tiempo entre la nieve y no poder por estar entumecidos. Apenas el calor de la lumbre los reconforta un poco, se echan de nuevo a la calle tan contentos.
Y así hasta terminar de montar el muñeco. Al verlo tan grande, tan orondo, estallan en risas, vivas y cánticos, espontáneamente se cogen de la mano y juegan al corro girando alrededor de aquellas bolonas de nieve que, todavía, no tienen expresión alguna, sólo son dos esferas, una pequeña pegada a otra enorme de grande. Después de pasar un rato contemplando aquel montón de nieve de formas redondas, los niños abandonan la calle, cada cual a su sobrau a buscar con qué vestir el muñeco. Las madres les dan las linternas y los dejan hacer y los dejan rebuscar.
Los sobraus además de estar oscuros están heladitos de frío, los pequeños rebuscan, a escape, aquello que haga que el muñeco de nieve adquiera una apariencia humana. En seguida recogieron esto y aquello y se plantaron delante del muñeco, cada uno con su ocurrencia, sus prendas y sus cosas; unas lentes, una pipa de fumar, un bombín, una chalina de cuadros, un chaleco, un escobajo que le sirva de bastón, una cuña de madera para la nariz, dos botones grandes y negros para los ojos, una arandela colorada para la boca y hasta un monóculo que colgaron de uno de los bolsillos del chaleco.
Migue ha ido a la fragua a buscar tres trozos negros de carbón, de carbón de fragua, a poder ser, de forma redondeada que, a modo de botones, perfilan la curva más prominente del muñeco. Es un carbón raro este de la fragua, va diciéndose Migue de camino.
-Pero, mirar qué bonito y lo bien que ha quedado- cantan a gritos los niños y van corriendo a llamar a los padres y a las madres para que salgan a ver semejante muñeco.
-¡Vaya un muñeco grandón y elegante que habéis conseguido!
-Está muy guapo, ha quedado muy aparente.
-¡Qué chicos estos...!
-Pero, vamos, vamos dentro que ya se ha hecho la hora de comer, y, antes de que nos pongamos todos malos, que estamos helaus.
-Pero, mirar, estos críos... ¡Si están tiritando!
A medio día Blanca duerme la siesta, los niños marchan a la escuela, al final, han abierto la escuela por la tarde y ha salido el sol unas horas. Aunque es un sol pálido, el sol de enero ha empezado a fundir la nieve. A primera hora de la tarde, empiezan a caer los canales y casi a la vez, baja el regato por medio la calle como si estuviera lloviendo a chaparrón a pesar de que no hay ni una nube en el cielo.
Blanca despierta de la siesta y no quiere otra cosa que ir a ver el muñeco, ya mismo.
En el sitio que ocupaba el muñeco apenas queda un montoncito de nieve sucia y encharcada entre la chalina de cuadros, el bombín, el escobajo, el chaleco, la pipa de fumar, las gafas, el carbón, todo, espolvoreado de nieve fundida. Los lloros de Blanca no se hacen esperar cuando, por toda la calle ha buscado el muñeco con la mirada y no ve mas que barro y charcos por el suelo. Vuelve a casa corriendo esgarradica a llorar, acierta a decir que el muñeco no está, que el muñeco se ha ido y ha dejado todas sus cosas en el suelo. Su madre sale a comprobar aquello que le está contando la niña, y trata de explicarle que el sol lo ha derretido, lo ha deshecho, pero Blanca no acaba de entender cómo puede haber sucedido algo así.
Entonces, en el mismo momento que vuelven los niños de la escuela, la madre de Blanca y Corina, coge unos puñados de nieve que aún quedan en la sombra del esquinazo y la echa en un plato, lo pone al vapor del agua caliente en la boca del pote, para ver si así puede hacerle entender a la niña, cual ha sido la causa por la que ha desaparecido el muñeco.
A pesar de que Migue, Mey y Corina hacen lo posible por aclarárselo, la niña sigue sin comprender cómo un muñeco tan grande se ha convertido en agua, charcos y barro. Entran todos acompañando a la niña a ver cómo reacciona cuando vea lo que va a ocurrir con la nieve que lleva su madre en el plato de porcelana.
La madre pone el plato al calor en la boca del pote y la nieve, poco a poco, empieza a derretirse. Esta simple acción trae a la memoria de los niños ( menos a la memoria de Blanca, que, es tan pequeña...)
Aquel cuento que les contara un día el abuelo de Mey. El cuento del País de las Nieves y del País del Sol y que contaba la historia de príncipes y princesas, de un príncipe que vivía en el País de las Nieves y se enamoró de una princesa que vivía en el País del Sol. La Princesa le contaba al Príncipe que, le gustaría ver la nieve, que no la había visto nunca.
Un día el Príncipe, tomó una porción de nieve, la introdujo en un cofre, eligió su caballo más veloz y marchó al galope hacia el País del Sol para que la Princesa pudiera conocer qué era y cómo era la nieve, pero, ¡oh desilusión! qué desencanto, al abrir el cofre la nieve había desaparecido, solo había agua. Por si esto fuera poco, en su andadura por el País del Sol, el Príncipe pasó mucho calor, tanto, que empezó a sentirse mal, muy mal, el Príncipe de las nieves se dio cuenta de que nunca podría quedarse a vivir en el País del Sol, no podía soportar ese clima tan caluroso, así como la Princesa también, moriría de frío si llegara a quedarse a vivir en el País de las Nieves.
Los niños le contaban a Blanca este cuento que un día les contara a ellos el abuelo de Mey. Al cabo de unos minutos el plato de nieve se había transformado en un simple plato con agua. Y esta fue la manera de que Blanca, al fin, entendiera su propio disgusto, y el efecto del sol sobre el muñeco de nieve. Y volvieron otra vez los niños al sitio donde habían hecho el muñeco a recoger todo lo que habían bajado del sobrau y le habían puesto encima para que se pareciera a una persona. Sobre los charcos y el barro se hallaba el sombrero, el escobajo, la chalina, la nariz, los botones... Esta escena le causó a los niños cierta tristeza, solo que en dos días volvió a caer otra copiosa nevada y volvieron a construir el muñeco, sabiendo ya todos, que si salía el sol, desaparecería.
-El muñeco de nieve y el sol no podían estar juntos allí en el pueblo, porque si no le pasaría como al príncipe del cuento, que vivía en el país de las nieves y a la princesa que vivía en el país del sol, o como aquel plato de nieve puesto al calor del pote- se explicaba la niña.
Pero, pasado mañana, caerá otra copiosa nevada, más grande que la de hoy, eso ha dicho la radio de Mey. Los pequeños se van contentos a la cama con esta noticia del tiempo. Eso significa que habrá otro muñeco de nieve quizá más grande, quizá más duradero. Quizá resista hasta la noche y lo proteja la helada.
Y mientras los niños duermen, el muñeco vigila sus sueños, entra en sus sueños, para recordarles que si sale el sol, no se pongan tristes, que no lo sufran, porque ya vendrá otro día, otras nevadas, otros inviernos, y él, el muñeco aparecerá siempre, un año y otro, siempre estará ahí para alegrar a niños y grandes.
Y, luego, cuando salga de sus sueños, esperará en la calle el despertar de los niños para seguir jugando con ellos y para hacerle saber, que los muñecos de nieve aman a los niños, tanto como los niños aman a los muñecos de nieve, porque los crean con alegría, los traen a sus vidas, los miman, los visten, lo celebran.
Y, que volverá a nevar cuando pase mañana. Cuando pase mañana...
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*cuéntame un cuento, a poder ser, de otro tiempo*
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