Entrañable reliquia de cuando no había agua en las casas. Gracias a Eme por esta foto.
Todavía recuerdo cuando íbamos con nuestras madres a buscar agua a la fuente más cercana a nuestra casa. La memoria que guardo de ellas se remonta a 1957-58. No hacía mucho que habían inaugurado estas fuentes diseminadas por las calles del pueblo. La gente estaba muy contenta con estos adelantos de tener el agua tan a mano, casi a la puerta de casa, era más que un lujo.
Las fuentes públicas no solo echaban agua eran, también, un punto de encuentro donde a diario se hacía vida de relación social. Allí te encontrabas con más gente y se hablaba mientras se llenaban los cántaros y algún rato más. A veces se entraba en largas conversaciones, sobre todo las jóvenes que simulaban en casa la necesidad de agua y con esa excusa cogían los cántaros o las herradas y botijos y se iban a la fuente a ver a las amigas o amigos. Y, pasabas camino del comercio, volvías, ibas a echar una carta al correo, volvías, hacías otros recados, volvías y, ahí seguían las mismas jóvenes habla que te habla. Alguna que otra vez tuvieron que ir las madres a buscarlas porque la tardanza era desesperante y, se las encontraban, tan a gusto, hablando y todavía sin haber llenado.
De cuando en cuando, chicos y chicas, en la mientras siesta, se hacían los encontradizos en la fuente. A cualquier hora que fueras a por agua siempre había alguién en las fuentes, pero cuando más gente se juntaba era al anochecer, cuando las yuntas de mulas volvían del campo y las veías ahí, guardando la fila "a dar agua" en el pilón. Las fuentes echando agua con sus caños dorados bien abiertos porque el pilón, a esas horas, no daba abasto.
Las madres nos llevaban a buscar agua. Íbamos tan felices a la fuente, los niños llevábamos la jarrona, que era un cántaro pequeñito como de juguete. Había otras jarronas grandes que hacían la mitad de un cántaro. Las madres cargaban dos cántaros, la botija, el botijo o la jarrona grande. Cuánto nos gustaba que nos auparan a la fuente para hacer que empujábamos aquel caño reluciente y duro con la mano de nuestra madre. Nos encantaba ver cómo caía el agua en las bocas de las vasijas. Éramos tan pequeños...
Parece que estoy viendo aquella fuente del color del cemento, que nos correspondía por zona, por cercanía, entonces vivía en la calle Oro. Tenía una bola grande en la parte alta, hecha del mismo material y colocada en el centro de un arco invertido. Esta fuente estaba adosada a la pared del ayuntamiento viejo, este ayuntamiento que, años después, se convertiría, además, en escuela y más tarde en Centro de Salud o Consultorio Médico.