"Hoy no vendría nadie a casa después de cenar, ni nosotros saldríamos a ningún lado. La anochecida se había puesto muy mala. Se había levantado ese airón que mete a la gente en casa. No hace noche de visitas. El frío y el aire se adueñan de la calle. La fuerza con que sopla hace sonar las puertas viejas. Ruge y silba alrededor de las casas y se hace oír empujando sus lamentos por el hueco de la chimenea como bramidos lejanos.
"Zumba sumbeiro, que yo buena obrigadiña me tengo"
Decían los mayores para sacudirnos el miedo.
Con el aire, la luz eléctrica iba y venía a su antojo. No se podía coser, ni leer, ni hacer punto, ni dibujar. Hasta la hora de irse a dormir solo se podía hablar y contar cuentos.
A la luz del candil y al resplandor de la lumbre, las sombras se movían con el titileo de las llamas. Los cuentos de miedo daban más miedo y los cuentos de risa daban menos risa, pero sí nos entretenían y hacían que desviáramos la atención de los sonidos del viento"
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Fragmento de Crónicas a la Luz del Candil
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