A la nanita nana, nanita nana, nanita ea, mi niña tiene sueño, bendita sea, bendita sea.
Así sonaba, tan bien, tan dulce, tan bonito, aquel villancico adaptado por nuestras madres acunándonos, arrullándonos "arrollándonos" a orro orro, mi niño. A la cabecera de las cunas, al ritmo de los vaivenes del balancín y también, cuando nos cogían para intentar calmar un llanto, una intuida y tímida molestia, o una excusa, o nada, simplemente por el puro gozo de acomodarnos entre sus brazos. De "rolla" "arrollándonos", a orro orro mi niño, mi niño ea, y cubrirnos de besos.
"No te mires en el río", así se llamaba esta copla interpretada por la, entonces, considerada gran dama de la canción española, Conchita Piquer.
Y, bueno, era una canción de cuna, al menos a mí me la cantaba mi madre mientras me acunaba, y también las madres de los niños y niñas de aquella edad, eso me dijeron en casa y eso me contaron también mis vecinas y, sobre todo, una de ellas me lo asegura todavía ahora, ahora que ya soy bien mayor. Recuerdo de niña-mayorcita haber escuchado esta canción y otras parecidas de boca de mi madre y de otras muchas madres y abuelas de aquella época.
"En Sevilla hay una casa,
y en la casa una ventana
y en la ventana una niña
que las rosas envidiaban.
Por la noche, con la luna,
en el río se miraba,
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
no te mires en el río
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
que me hases padesé,
porque tengo, niña, selos d'él.
Una noche de verano
cuando la luna asomaba,
vino a buscarla su novio
y no estaba en la ventana.
Que la vió muerta en el río
y que el agua la llevaba
¡Ay corasón,
paresía una rosa!
¡Ay corasón,
una rosa muy blanca!
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
cómo se la lleva el río..."
Cómo puede ser esta una canción de cuna, cuando habla de muerte... Pues sí, lo era, lo era porque la época, el lugar y los posibles, marcaban mucho, y por aquel entonces todo lo que salía por la radio o buena parte de ello era canción española; cante flamenco, copla, villancicos y algún bolero, algún tango..., y apenas si había aparatos de radio en el pueblo, bueno sí había pero poquitos y las canciones se aprendían de oídas, cuando iban por la calle y sonaba la radio por la ventana de alguna casa de las consideradas casas señoriales.
Con esas notas aprendidas "al vuelo" y las coplas impresas que vendían y cantaban los vendedores ambulantes, los vendedores y cantadores de coplas y del cante flamenco, gracias a ellos la gente de los pueblos aumentaba su repertorio musical, era así para una gran mayoría, tampoco podemos olvidar las canciones aprendidas en el cine -Norte, aquellas cintas que proyectaban "películas de cante" interpretadas por los más sobresalientes de la canción española y del arte flamenco. También solía haber aparato de radio en bares, casinos y cafés. En la tahona y en la barbería. Los que más "salían" en la radio eran: Rafael Farina, Juanito Valderrama, Antonio Molina, El Príncipe Gitano, Manolo Caracol, Conchita Piquer, Estrellita Castro, Sara Montiel, Carmen Sevilla, Lola Flores, y demás coetáneos.
Esta era la música del momento, y gustaba, vaya si gustaba, gustaba mucho.
Las mismas canciones que oíamos cantar a nuestros mayores al tiempo que realizaban las tareas del campo o de la trilla, o mientras se acicalaban frente al espejo pequeñito colgado en la pared, en un día de fiesta o de descanso, días estos más bien escasos, muy escasos, para una gran mayoría era así.
Y, recuerdo una noche sentados al fresco. Habían venido, de vacaciones de verano, unas chicas estudiantes en Salamanca. De fondo, desde el comedor, sonaba la radio de la vecina. Por favor, le dijo una de las estudiantes, si sale Antonio Molina con "La estudiantina", Rafael Farina con "Vino amargo", Juanito Valderrama y "El emigrante" o cualquier otro de "esos" prométeme que desconectarás la radio o que cambiarás el dial..., porque no lo soportamos, ahora solo se escuchan melodías en inglés, es otro estilo de música que se ha puesto de moda. Y recuerdo los niños y niñas que pululábamos por allí, por el vecindario, por nuestra querida calle El Oro, que no pudimos articular palabra, solo nos quedamos mirando a la chica como si se nos hubiese aparecido, de repente, un ratón gigante de color azul y aspecto bonachón.
Y la señora de la casa, la de la radio en el comedor, solo pudo responder un compungido SÍ, descuida, la apagaré o cambiaré de emisora.
Y, todavía, aquellas niñas y niños de mi edad, que tiempo después acatamos y bailamos aquellas canciones modernas en inglés, a día de hoy se nos aprieta el corazón cuando escuchamos las coplas y el cante-flamenco de nuestros mayores, de nuestros padres y madres, aquellas que le oíamos cantar en sus escasos ratos-libres, alegres, felices, o sencillamente ratos de descanso, de descanso sin fiestas.
Aquellas canciones todavía nos hacen sentir, todavía nuestra emoción aflora y se nos pone carita sonriente ante la dulzura del recuerdo que ya se ha hecho tan lejano en el tiempo pero que aún persiste en la naturaleza del alma.
"... En Sevilla hay una casa y en la casa una ventana..."
Era, por entonces, una canción de cuna, tan válida como lo era cualquier otra.
"... A la nanita nana, nanita ea. Mi niña tiene sueño, mi niño ea..."
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