"... Uno tiene la sensación de que ya se han muerto del todo los almendros y no, no los mató el tiempo, fueron las circunstancias y la causalidad las que los hicieron desaparecer de nuestro entorno, de nuestros campos.
Cuando la maquinaria agrícola hizo su entrada, triunfal, le estorbaron todos los árboles, los almendros también. Y se talaron. Y se volvieron a talar cuando, años más tarde, se llevó a cabo la concentración parcelaria que cambiaria el mapa de las lindes y de los caminos.
Entre las noches más bonitas que recuerdo están las noches de otoño en que nos juntábamos niños y mayores de casa, y también los vecinos que, altruistamente, venían a ayudar a pelar almendras alrededor de la mesa donde se asentaba el cribo, donde se contaban cuentos, historias y leyendas, y se echaban unas risas, mientras el olor de unas almendras, tostándose en la lumbre, fluctuaba por la cocina y por toda la casa.
Todavía recuerdo al comprador de almendras, dulces y amargas, que paraba por la calle El Oro. Venía en camión desde Alicante. Allí se iban las almendras, según él, las dulces a las fábricas de turrones de Jijona y las amargas a los laboratorios,
Todavía recuerdo aquel almendro que, desde mi estatura de niña, se me hacía el árbol más grande que había visto jamás..."
-fotografía de
Helena
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