Se respira alegría, mucha alegría por parte de todos, hombres, mujeres, niños, chicos y grandes. Toda la gente anda contenta. Los hombres acompañan a la familia hasta su carro, y ayudan a subir a las mujeres, a los niños y a las personas mayores, pero ellos no se sientan en las sillas, se aquedan entre los carros como haciendo guardia, al acecho del "cerrado" de la plaza. Aunque ellos dicen que, es que los toros se ven mejor desde abajo.
Cuando suenan los clarines, los clarines de la emoción y del miedo anunciando que se abre la puerta del toril, las mujeres le piden a gritos que suban a los carros que ahí abajo hay mucho peligro, pero no hacen caso.
Los niños estamos sentados en los trillos con los pies colgando, balanceando las piernas, con la mirada fija en las puertas de los toriles y conteniendo la respiración. Los hombres se suben a los radios de las ruedas de los carros y casi no nos dejan ver. Entre los huecos de gente adivinamos sombras negras de toros bravos que se aproximan corriendo hasta el carro donde estamos y, en unos instantes, nuestra mirada choca con los rizos de la testuz, con el reflejo cristalino de sus grandes ojos negros, y escuchamos un bramido y vemos pasar unos cuernos seguidos de una sombra larga. La emoción y el miedo invaden los tendidos acelerando los latidos de los corazones infantiles y no.
En el carro amarillo, ese que tiene pintados unos pájaros grandes en las teleras, hay un abuelo que está sentado del revés, está de espaldas al ruedo, y está muy molesto, de mal humor. Dice que él no quería venir a los toros, que quería quedarse en casa, pero que los hijos y los nietos lo han obligado, dice que le dijo: ¡Mecagüen sandiez! Vale, voy pero no miro, y pienso quedarme así toda la tarde, mirando pá los tesos ¡No te amuela...!
( En nuestro país. 2020 / 2021, sin fiesta, bajo la pandemia que asola el mundo, Covid-19)
Isa. _ del libro "Crónicas a la Luz del Candil"
https://www.google.com/search?q=cronicas+a+la+luz+del+candil&rlz=
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