"... En la plaza de toros ya no caben más carros, ya está completa. Calzan las ruedas, encajan las viguetas y los atan entre sí, rueda con rueda con una maroma, por atado, para que no se muevan, para que estén seguros. Ya pueden subirse los trillos apoyados en las barandas de los carros, hay que asentarlos bien, que no cojeen, que no haya desnivel a la hora de colocar encima las sillas de los espectadores.
En cada carro, suben los dueños del carro y además, se deja un sitio o dos para los que no tienen carro o ese año no hayan podido ponerlo por fuerza mayor. En el tablao del ayuntamiento, donde se sientan las autoridades y la orquesta, clavan ya las últimas puntas largas a las barandillas. Los carpinteros trabjan a destajo para que todo esté a punto al menos un par de días antes, para que dé tiempo a revisarlo tdo bien y a darle el visto bueno.
Los maletillas llegan a pie, andando los caminos de fiesta en fiesta, de plaza en plaza, de pueblo en pueblo. A dormir en la calle o en el campo, a comer a voluntad de la gente, año tras año. Hasta se oye decir, a tal o cual otro lo mató un toro o aquel tan bueno, ya tomó la alternativa. Vestirse de luces, dicen ellos, está por encima del miedo y de las calamidades del camino. Vestirse de luces es mucho más grande que el miedo más grande. Merodean la calle de la verbena y los exteriores de la plaza con el hatillo a cuestas. Calzan botas camperas, de tacones gastados y borlas espeluchadas embutidos en pantalones estrechos de talle alto, la camisa colorada con las mangas remangadas y los faldones anudados a la boca el estómago.
Tienen el talle muy fino, como de chico pequeño, y carita de hambre disimulada bajo una gorra visera dos tallas más de su tamaño. Los mozos, algunos mozos en solidaridad los convidan a "echar un cacho" a las bodegas porque los ven muy delgados, el de las greñas, el que más, está como un alfilitero. "Está que pisa un huevo y no lo rompe" que diría Miguel Delibes.
Las campanas repican, tocan al vuelo. La fiesta grande da comienzo con la Misa Mayor del día quince, la misa cantada del día de Nuestra Señora de San Roque, que sale en procesión, además, con la música de la orquesta del pueblo. La iglesia está abarrotada de público. Todos nos hemos puesto guapos vestidos con ropa nueva, y corbatas, gemelos, diademas, lazos, collares, pulseras y cancán, con los zapatos y sandalias brillantes. Hoy, todos de estreno.
Despues de misa, los niños nos vamos con los mayores al bar, allí hemos tomado una gaseosa fresca, con ellos, luego, nos hemos ido por las cercanías de los corrales donde están los toros, a escuchar. Todos tenemos miedo, pero allí estamos plantados junto a los corrales. Los más atrevidos se asoman por las rendijas de las traseras de madera, dicen, en voz baja, que se ven las patas, en ese momento se oye un bramido, salimos corriendo de miedo.
Luego, no nos creemos del todo que el bramido haya salido del corral, puede que esté en nuestra imaginación, lo más seguro es que haya sido de algún niño haciendo la gracia. Corremos sin parar hasta llegar al bar donde están nuestros mayores, y es allí cuando dice Migue, escachándose de risa, que el del bramido ha sido él. Los padres nos riñen por haber ido a los corrales, que no se nos vuelva a ocurrir volver por allí, que somos muy pequeños.
Bien pasada la hora del mediodía la gente se retira a comer ..."
No hay comentarios:
Publicar un comentario