Recuerdo que había señoras que se acercaban al matadero con una cazuelita de barro o un tazón blanco, de los de teja, de aquellos de desayunar. Iban hasta allí, a ver si podían darle "un poco de sangre" pá hacerla frita con cebolla. Y, sí, siempre se la daban.
Los niños-mayorcitos ya habíamos perdido la aprensión y el miedo a pasar por delante del matadero, y, la curiosidad infantil, tan pronunciada, nos llevaba hasta las mismas puertas. A un descuido de los trabajadores nos asomábamos fisgoneando recorriendo el habitáculo con toda la intensidad y la rapidez que alcanzaba la mirada escrutándolo todo; tajos, encimeras de obra, trastos, mandiles, sierras de mano, martillos, escobas, mazos, baños (barreños), artesas, colgadores, poleas, ganchos, utensilios afilados de un tamaño que, a nosotros, se nos hacía descomunal, imitaciones de "puntillas" "descabellos" "cachoteros" y herradas llenas de agua. (Herrada: recipiente de Zinc o madera equivalente al actual cubo de plástico.
El Matadero surtía las dos carnicerías del pueblo; "la de Gildo" en la calle que subía desde la panadería de Vitoriano al depósito el-agua y las escuelas de arriba, y "la de Manolo" allá a la puerta el-cura" frente a la fuente pública donde estaba el pozo del agua potable que abastecía a todo el pueblo.
Se podría decir que en los alrededores del matadero se respiraba olor a sangre, un olor fuerte, penetrante, un hedor que en el tiempo-verano se acrecentaba y se hacía visible al revoloteo incesante de las moscas-verdes, ¡qué mosquerío aquel...! Pero estos pequeños detalles impregnados de pestilencia y moscas se tenían bien asumidos, digamos que muy normalizados por necesarios y más en tiempos difíciles como lo eran aquellos tiempos. Además de los animales de corral que cada quien tenía en casa, el matadero era también sinónimo de alimento, comida y sobre todo la tranquilidad que daba ese poder ir a diario a la carnicería a comprar "la carne pal-puchero" y algún que otro extra en domingos y festivos.
Sí, la parte más bucólica y triste a la vez, era la de verlas andar aquel trecho definitivo e infinito del Camino Toro.
Actualmente, en nuestra geografía española, hay muchos mataderos en desuso convertidos en bellos centros culturales.
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