domingo, 30 de noviembre de 2014

En el viento de Otoño. (1ª parte


 
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Hoy es uno de esos días de luz intermitente; la claridad del día  viene y va al antojo de un viento cálido de otoño que se entretiene  jugando con las nubes, las trae y las lleva casi a la velocidad de un relámpago, tapa y  destapa el sol en un instante como si alguien, al oscurecer, estuviera enredando con el interruptor de una lámpara eléctrica; ahora oscuro, ahora claro, con luz, sin luz...
Allá arriba, en el sobrau, el viento silba por las rendijas y se asustan los gatos y los ratones y echan carreras  desorientados. Por la ventana que da al corral suben los cacareos y el alboroto de las gallinas que, empujadas por el viento, ahuecan las plumas despavoridas revoloteando dentro de "la bruja de aire" a merced del remolino.
Los hombres, en plena sementera, han echado el hato para todo el día, hay que preparar la tierra para la nueva simiente.
Los escolares disfrutan de su tarde de jueves sin clase.  Con hojas de cuaderno fabrican aviones de papel que sueltan al aire y van cogiendo altura entre las risas, el alborozo y el griterío infantil que, explota por doquier, mirando cómo se elevan al cielo zigzagueando, hasta perderlos de vista.   Los más pequeños, cuando dejan de ver los aviones, lloran desconsolados.  Las madres cosen una hebra de hilo muy larga en sus aviones de papel, y los pequeños, persiguen alegres los hilos sabiendo que pueden controlar su vuelo.
Las hermanas Corina y Blanca, con su merienda temprana de pan y chocolate, han ido a llamar a Migue y los tres  se van a buscar a Mey,  y los cuatro coinciden en que hace una tarde de esas de pasarla en el sobrau.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Un librito del Zig-Zag




Antes de subirse aquella tarde al sobrau, Mey tenía que ir al estanco a comprar papel de fumar para su padre, un librito del Zig-Zag.  Su  vecino de la otra calle, Migue, estaba impaciente porque quería, ya mismo, subir al sobrau con Mey, y enseñarle su cajita de peonzas que él mismo había coloreado allá arriba a la luz del ventanuco.
-Mey ¿es que no puedes dejar el librito para mañana?
-No Migue, a mi padre ya le ha salido la hoja roja en el librito...
 Migue interrumpió
-¿Qué hoja, qué es eso?
-Pues, una cartulina colorada que sale en el librito del papel de fumar cuando solo le quedan cinco o seis hojas de papel, es un aviso de que el librito se termina ¿Cómo es que no sabes lo de la hoja roja? ¡Todos lo saben...!
-Ya, pero, bueno, es que mi padre no fuma, está mal de las branquias y el médico le tiene dicho que ni un cigarro, ni oler el humo.
-Branquias..., dirás bronquios, si fueras a la escuela lo sabrías que se llaman bronquios.
-Pues un día que fui a la escuela el maestro hablaba de los peces y de las branquias que tienen para respirar, lista, y mi padre respira mal, porque padece de branquias.
-Que no Migue, que nosotros los humanos tenemos bronquios tienen que ver con los pulmones, aquí, en el pecho, y las branquias las tienen los peces, y eso también nos lo explicó la maestra en la escuela y además viene en el libro.  Lo que pasa es que casi no vas a la escuela...
-Pues voy cuando mi padre se pone bueno, cuando está mal tengo que ir a ganar el jornal y no puedo ir a la escuela.
-¿Me perdonas Migue?-dijo Mey toda compungida-no sabía que faltabas a la escuela por eso, lo siento mucho.
-No faltaba más, claro que te perdono, y lo de las branquias y los bronquios lo miro luego en el libro. Venga vamos corriendo a comprar ese librito que se va la luz del sobrau.
Los niños echaron a correr, y al volver la esquina casi se chocan con el viejo Melquiades que, con el peso de los años, camina despacito, como arrastrando los pies.
-A ver chicos, un poco de cuidau que casi me tiráis al suelo, a qué vienen esas carreras tan sinsentido que el  menor día os vais a estontonar..., ¿se puede saber dónde vais?
-Al estanco, a comprar un librito-dijo Mey
-Es que vamos aprisa antes de que cierren, que a su padre, le ha salido ya la hoja roja en el librito.
-¡Chica! dile a tu padre que esa hoja roja me ha salido a mi para avisarme del poco tiempo que me queda ya de andar por la vida, díselo, anda, y dile que no tenga tanta prisa por fumar.
Mey y Migue se quedaron callados y pensando qué era lo que había querido decir el señor Melquiades.  Pero ellos solo entendieron que tenían que seguir corriendo a comprar ese librito del Zig-Zag, y luego subir al sobrau, antes de que se fuera la luz del día, a ver las peonzas coloreadas de Migue.

Domingos de cine

    El cine Norte era además salón de baile y teatro. Tenía muchos bancos de madera que alineaban rellenando todo el aforo, todo el espacio ...