sábado, 5 de diciembre de 2020

Las buenas costumbres

 



La mayor parte de la historia de nuestros pueblos se basa en sus costumbres y tradiciones. Parece increíble que pueblos tan cercanos geográficamente, sean tan distantes en la forma de afrontar el día a día, y sin embargo, eso es lo que le da a cada villa su sello de identidad. En los tiempos que vivimos, agobiados por eso que muchos se han empeñado en llamar crisis, la vida de nuestros pueblos ha experimentado algunos cambios sustanciales, pero aún seguimos manteniendo algunas costumbres de las cuales les va a resultar muy difícil separarnos.

Es cierto que, a las zonas rurales, el progreso llega más lentamente, a veces ni se aprecia. Pero no es menos cierto que cuando vienen mal dadas, los efectos también son menos devastadores. De ahí que los sobresaltos, tanto para bien como para mal, los digiramos sin hacer demasiado ruido. Pero vamos a centrarnos en las buenas costumbres. De las malas, ya hablaremos..., cuando pase la fiesta.

Algunos de esos hábitos tienen poco recorrido en la línea del tiempo, pero cuando promueven la amistad y la relación entre gentes de distintas personalidades, ideas y condición, ¡bienvenidos sean! Por cada rincón del pueblo, es típico el olor a leña quemada que esparcen las chimeneas de las bodegas y merenderos cada víspera de fiesta mientras en los hogares fabrican el rescoldo, donde más tarde, se dorarán todo tipo de carnes, chorizos tiernos, pescados..., y todo lo que las mentes imaginativas de los comensales intuyan que se puede cocinar a la brasa.




Dicen que a la brasa todo está bueno. Doy fe de ello. Las típicas meriendas al nivel que las conocemos, donde todo sobra y nada es suficiente, poco tienen que ver con las escasas reuniones bodegueras de nuestros antepasados, donde la vianda a degustar se limitaba a un delicioso torrezno y un casco de cebolla. Eso, en el mejor de los casos. Pero era suficiente como pretexto "pa echar un trago". Afortunadamente, hemos progresado lo suficiente como para poder degustar por capricho. Nada que ver de cuando era plato único, y además, escaso. Y ese progreso también ha llegado, además de en el fondo, en las formas. Esto, que hace unos años estaba reservado para uso y disfrute de los hombres, ha experimentado un giro lógico. La presencia de mujeres de cualquier edad, en dichas reuniones, con sus posteriores tertulias, dimes y diretes, es cada vez más frecuente.

De ahí que los senderos de las bodegas, en las tarde-noches del estío, se vean frecuentados por matrimonios portando su capazo repleto de deliciosos manjares, para degustarlos al humor de la lumbre. 



No habrá acontecimiento que se escape a ser comentado, valorado e incluso solucionado, si se trata de un problema, ya sea político, financiero, o de cualquier otra índole. Las meriendas dan mucho de sí y, para organizarlas, cualquier excusa es buena: un cumpleaños, una despedida, una jubilación, porque es viernes... Siempre hay algo que celebrar cuando se está a gusto con la gente. Allí entre todos recordaremos viejos tiempos, hazañas... Se contarán verdades, alguna mentirijilla... Se cantará, reirá, beberá... En definitiva, seguiremos disfrutando de algo que no debemos perder. Las buenas costumbres.

............ Texto firmado con las iniciales, L.M.G.G.

Copia literal del programa de fiestas 2014.
Las imágenes copiadas de las entrañables fotos de Eme Manso.      

El río Guareña, nuestro río

 


El agua es vital para el ser humano. Basta con echar una mirada atrás en el tiempo para darnos cuenta que salvo en escasas excepciones, los pueblos y las ciudades de nuestra geografía se asentaron cerca de ríos y arroyos de los que en muchos casos, solo queda en la actualidad la estela de su paso por nuestros campos, siendo solo en puntuales ocasiones cuando sus cauces reviven su actividad debido a fuertes tormentas o largos periodos de lluvia que los atestan.

El río Guareña se debate entre el caudal moderadamente abundante en invierno y una escasez manifiesta en el solsticio estival. En verano, solo en determinados puntos de su recorrido se mantienen pequeñas porciones de agua a las que llamamos popularmente "hoyos". En invierno, el sonido de sus aguas hacen recordar con nostalgia a los mayores del lugar, tiempos en los que además de proporcionar agua cristalina, surtía con variadas especies de pesca a gran parte de los hogares de los pueblos que recorría.



El río Guareña, nuestro río, rodea nuestro pueblo con un semicírculo imperfecto de aguas cansadas por un viaje que las trae desde tierras charras, aunque sin traer claro su origen exacto. Posiblemente, algunos tengáis algún conocimiento de donde es el nacimiento de nuestro río, cuál es su curso e historia, pero existen informes, estudios, enciclopedias, diccionarios geográficos, atlas e infinidad de argumentos en los que se hace referencia al nacimiento de nuestro río dentro de la provincia de Salamanca, pero en diferentes puntos considerablemente distantes entre sí. Desde las fuentes que argumentan que el nacimiento se encuentra en las proximidades de Peñaranda de Bracamonte, a las que documentan que dicho nacimiento surge en el término municipal de La Orbada. o, los que aseguran que el manantial que da vida a nuestro río se encuentra en las entrañas del término municipal de Villaverde de Guareña. Haciendo uso de una lógica que posiblemente tenga una base incierta, podríamos fundarnos en que el recorrido de nuestro río además de bañar las tierras fértiles de los términos por los que transcurre, podría haber bautizado los pueblos que lo contemplan a su paso y, sobre ese fundamento, el único pueblo en su fase inicial que hace referencia a su nombre es Villaverde de Guareña.

Conviene señalar que en la mayoría de los mapas no queda bien definido el curso del río hasta las inmediaciones de Espino de la Orbada y Vallesa de la Guareña, siendo la parte anterior un entresijo de arroyo y regatos que consiguen crear la consiguiente confusión como para no saber con certeza cuál es su curso principal, si es que lo hubiere por aquellos lares.




Por otro lado, en las proximidades de Peñaranda, se hace mención a "Reguera Guareña", y no río, cuyo cauce se convierte a la altura de Zorita de la Frontera en el río Mazores, río que consta como afluente del río Guareña, en el que desemboca en la pedanía de Olmo de Guareña. D. José Emilio Palomero Pescador, profesor de la Universidad de Zaragoza sostiene que el río Guareña nace en Villaverde de Guareña, limítrofe con los términos de Cabezabellosa de la Calzada y Pitiegua, El profesor puntualiza que el lugar del nacimiento se llama "La Fuente de la Teja" aunque los oriundos del lugar matizan que elk lugar exacto se encuentra unos metros más arriba en el curso, denominado, "El Nacedero", lugar al que en la actualidad llaman "Fuente los Raíles" dentro de la finca llamada "La Canadilla" pegada a la vía férrea de Medina del Campo - Salamanca. 

Para entender un poco más el asunto, es necesario señalar que el curso fluvial que marcan los mapas hasta dicha fuente es nombrado como "Arroyo de los Valhondos" o "Arroyo Valmarín". La duda de si es el curso principal de nuestro río queda servida, ya que si nos fiamos de dichos mapas, la primera referencia como río Guareña y por tanto, su nciiento, estaría en los términos de Espino de Orbada y Vallesa de la Guareña, en un paraje llamdo "Monte de la Torre". Es decir, ni en Peñaranda, ni en La Orbada, ni en Villaverde de Guareña como está difusamente documentado;  lo que sí tenemos claro es el resto del recorrido hasta la desembocadura en el río Duero en el término municipal de Toro.

Una vez dejada atrás la provincia de Salamanca, sigue su curso con dirección a la provincia de Zamora pasando junto Vallesa de la Guareña, avanzando hacia Olmo de la Guareña y volviendo a aproximarse a la provincia de Salamanca a la altura de Tarazona de la Guareña, penetrando en corto espacio en la provincia de Valladolid pasando próximo a Torrecilla de la Orden y saliendo de nuevo con dirección a la provincia de Zamora, pasando por Castrillo de la Guareña, Vadillo de la Guareña, La Bóveda de Toro y Villabuena del Puente; lugar este último donde comunica sus orillas el único puente de origen medieval en todo su curso.


 
En su recorrido cuenta con múltiples estructuras hidráulicas de cierta importancia en sus años de uso, una de ellas en nuestro pueblo, lugar al que llamamos popularmente "Las Compuertas". Es Villabuena del Puente quien entrega las aguas del río Guareña a la vega de la ciudad de Toro para que desemboque en el río Duero, después de recorrer en torno a 65Km. Como veis, el río Guareña llega a nuestro pueblo cargado más de dudas que de agua, aunque ello no ha evitado el que haya sido esencial para nuestra existencia.

............................... Texto firmado con las iniciales -  L.M.G.G.

Copia literal, incluidas imágenes, del programa de fiestas 2013


Cuando Villabuena no se apellidaba - del Puente.

 


"En escritos de alguna antigüedad leemos Villanueva:

Toma asiento en repecho y en llano sobre la ribera occidental del Guareña, que le cae inmediato al Sur de Toro, de que dista 3 leguas: el de esta Capital (Toro), Bóveda y Castronuño, son confines de su campo, de 35.896 varas de boxeo, donde se dan granos, semillas y algún vino; en su extensión hay, rodeado de cerros, un prado ó vega de suelo excelente, a la que atraviesa el río, para cuyo paso se construyó al mediodía de la población año de 1788 un puente sólido y hermoso, que construyó el arbitrio impuesto en la venta de vinos del Partido.

Las construcciones que paga al año el pueblo importan 40.184 reales y 21 maravedís, los quales se reparten entre 80 vecinos con que ahora cuenta, acogidos a una parroquia bajo el título de San Pedro Apóstol; el número podría ser mayor, a no contradecirlo su situación enferma, con especialidad en verano y otoño, por la pausada corriente de su ría, mal general en todos los que baña; Mas si hay compensación, la tiene el vecindario en la mucha yerba que le rinden los prados a que riega. Si tomada su corriente en término de la villa de la Bóveda se hiciese una pequeña zanja, muchas de sus tierras de excelente calidad contaría con aguas, y, a este beneficio es de presumir que producirían el lino y el cáñamo; conociendo ya los naturales aunque imperfectamente el tesoro de ellas, usan en la agricultura de cebollas y frexoles, las de otros manantiales que también tiene el campo: acaso en algún día manifiesto su interés, emprenderán mayor riego con favorable efecto, bien que siendo tan fácil que casi puede conseguirse sin ayuda del arte, el tiempo que se demora es para estos vecinos un mal muy sensible.

La tabla de su río no ofrece la agradable visita que debía esperarse de estar sus orillas coronadas de árboles; y es muy reprehensible semejante descuido, no solo por la hermosura de que se priva al pueblo, quanto por la salubridad que esto le acarrearía: Abunda de pesca, con especialidad en anguilas, barbos y cangrejos; y hay sobre su cauce molinos de harina. 

Tuvo hospital en lo antiguo, que ha desaparecido, y asimismo ermitas que se ven arruinadas En un alto, a un cuarto de legua de su casco, en la calzada de Salamanca a Toro, que le cae inmediata se dice que la Religión del Temple mantuvo allí casa: si bien que el único testimonio que se exhibe como prueba. son las piedras sepulcrales, huesos y ruinas del edificio que en él se manifiestan"

 *  Texto (lenguaje de la época) - copia literal del programa de fiestas 2003.

En 1802, hace 200 años. Antonio Gómez Latorre escribió un libro titulado COROGRAFÍA DE LA PROVINCIA DE TORO, en el que da una descripción pormenorizada no solo de la Ciudad de Toro, sino también de los pueblos que estaban bajo su jurisdicción. Al llegar a Villabuena -todavía- no se apellidaba "DEL PUENTE" - la describe así.

.............................Villabuena (Obispado de Zamora)...

viernes, 4 de diciembre de 2020

¿Qué hay de verdad en la leyenda de "la olla"?

 


Todo pueblo tiene sus leyendas, bien sean de tipo religioso, histórico, económico, o de otra índole. En Villabuena, la "leyenda-reina" es sin duda la de "la olla". Y como toda buena leyenda se vincula a un lugar: en el término municipal existe, en efecto, un pago que se denomina desde antiguo "La Olla".

Dice la leyenda que un joven agricultor, estaba arando su tierra con una yunta de bueyes. Uno de ellos hundió sus patas en el terreno y que en el agujero apareció la olla llena de monedas de oro. El muchacho dejó la arada y se marchó para casa donde contaría a sus padres el hallazgo. Dice la leyenda -y al parecer es cierto- que al poco tiempo este joven se marchó a Madrid donde se dedicó a estudiar, logrando hacer carrera de ingeniero. Con el tiempo volvió a la Guareña y montó la primera Fábrica de Luz para abastecer de electricidad a El Pego, Peleagonzalo y Villabuena.

Pero ¿Fue verdad el hallazgo de las monedas de oro? Nadie lo sabe con certeza ni siquiera los más mayores de los "Crespo", unidos por lazaos familiares al célebre Landelino, que habría sido el afortunado descubridor de la no menos célebre olla.

Preguntados algunos de estos "familiares" -lejanos ya, por supuesto- hemos recibido dos respuestas distintas: uno nos ha asegurado taxativamente que "nada de nada".  Que el buey se hundió en el terreno y que había algún cacharro escondido; pero que si alguna vez tuvo monedas alguien se las había llevado antes que Landelino. Otro, sin dar certeza de ningún tipo, sospecha que "algo" tuvo que haber, porque no es normal que un muchacho de 15-16 años, acabada ya la escuela, se marchara para Madrid y se pusiera a estudiar. Este Crespo, atendiendo a que la familia prosperó bastante a raíz de aquello, sospecha que algo sí hubo, aunque sea difícil cuantificarlo y saber el alcance del hallazgo. Y mucho menos el origen de las monedas, si las hubo

Respecto a este último, al tipo de monedas, hay quien afirma que eran "romanas", lo que daría pie a pensar que la antigüedad del pueblo se remontaría a aquella época. Otros dicen que serían mucho más recientes y que alguien escondería en tiempos de la ocupación francesa, para evitar la rapiña de los gabachos napoleónicos.

Claro que también pudo tratarse de un "chaval lanzado" que allá em el s.XIX entendiera que el camino para dejar de pisar terrones era estudiar una carrera y que e dedicara en serio a conseguirlo. Si después tuvo el coraje de montar una "Fabrica de Luz" -que en aquellos tiempos era lo novedoso por el reciente descubrimiento de la electricidad- y las cosas le fueron bien..., no es de extrañar que su vida diera un vuelco y que los antiguos vecinos no entendieran del todo de dónde le venía el dinero.

Cosas así han ocurrido. Y gente que no ha visto con claridad que la agricultura no era lo suyo, aunque su familia tuviera buena fortuna en tierras, también.

Poco -más bien nada- hemos aclarado respecto a la leyenda. Quizás lo mejor sea dejarla como está, alimentando la fantasía de los villabuenenses y dándoles motivo para presumir y sorprender a los forasteros de que el pueblo -amén de gente maravillosa- tiene su propia "leyenda". Si algún día se aclara el asunto, bienvenida sea la aclaración.

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Texto anónimo

Copia literal del programa de fiestas, año 2005



Villabuena en "La Red"

 


- Texto anónimo. Copia literal del programa de fiestas -

Es cierto que hoy en día se está imponiendo a marchas forzadas la "realidad virtual" Hemos tenido la curiosidad de "navegar por Internet" en busca de noticias, datos, opiniones que tengan que ver con el pueblo. Hemos encontrado bastantes referencias, páginas, foros, etc., pero de escaso contenido.  Y sería bueno que algún joven villabonense, experto en estas cuestiones de informática, asumiera la tarea de dar a conocer el pueblo, a través de "la red". Porque una cosa es clara, tal como van las cosas o estáis en Internet o no cuentas para nada.

Hemos encontrado un sitio que puede llegar a ser interesante con el tiempo ya que ofrece posibilidades. Nos ha sorprendido ver, por ejemplo, que se incluyen en él algunos de los breves artículos que hemos publicado en estos programas años atrás. Aunque no citen al autor, se lo agradecemos. Es interesante también la posibilidad que ofrece para buscar familiares, amigos y personas para aquellos que tienen raíces en el pueblo, pero que han perdido el contacto con él.

En otras "páginas" y foros hemos podido leer mensajes juveniles, en los que los jóvenes manifiestan en ese lenguaje típico de los SMS, sus inquietudes, por ejemplo el deseo de contar en el pueblo con una piscina para el verano.

En todos los casos se deja traslucir una característica muy propia de los villaboneneses; el orgullo de pertenecer a un pueblo amante de las tradiciones, de la buena amistad y de las costumbres del pueblo. Orgullosos de esos "Usos y costumbres" que nunca deberían perderse, porque identifican a los pueblos.

Si tienen ordenador en casa y tienen conexión a Internet, busquen "Villabuena del Puente" y le saldrán muchas referencias, aunque todavía se pueden "colgar" más. No estaría de más que el Ayuntamiento creara una web propia.

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"Correr la vaca"



-Texto anónimo. Copia literal del programa de fiestas 2007 -

"Correr la vaca" es una de las tradiciones que identifican las fiestas de quintos de Villabuena del Puente. Es difícil conocer exactamente el origen de esta fiesta que, por otro lado, no es exclusiva del pueblo, pues la encontramos en pueblos muy distintos. Por ejemplo en algunos pueblos de Toledo. Teniendo en cuenta que las fiestas de quintos tienen lugar en invierno, cabe encuadrarla dentro del simbolismo propio de las "mascaradas de invierno" como pueden ser los "zangarrones", "carochos", etc.

"Los quintos ataviados con atuendos típicos de "La fiesta", "corren" a los viandantes pinchándoles con "la vaca" (par de cuernos de vaca unidos a un palo o astil adornado con cintas y flores) simulando cornearlo, al tiempo que los quintos, vergajo en mano, golpean a los asistentes." Así describe un autor esta fiesta que en cada pueblo tienen sus variantes. En Villabuena, la noche antes piden el aguinaldo ("usos y costumbres") por las casas.

De madrugada ofrecen "longaniza asada" en el Puente, y chocolate caliente a los vecinos. Después la comida, vestidos según costumbres, salen con "la vaca" por el pueblo uy termina la jornada con fiesta y baile.

En Villabuena, el personaje que hace de "vaca" es siempre el mismo, Ramón García, que lleva muchos años oficiando y dirigiendo a los jóvenes que cada año celebran la fiesta. Recibió "el oficio" de sus antepasados.

Actualmente este festejo tiene lugar en los días de Carnaval, y constituye uno de los momentos más participativos del pueblo ya que los jóvenes y mayores acompañan a los quintos en su recorrido por las calles buscando a quién "enfilar" o "correr". La foto de recuerdo junto a "la vaca" no puede faltar en ningún álbum de quintos que se precie.
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La fuente de "El Caño"

 



Texto de Andrés Domínguez. La Cañada. 
Programa de fiestas 2008.

Sin duda, el paisaje más típico y definitivo de Villabuena es "La Peña". Es como un dedo levantado en el paisaje para indicar "AQUÍ ESTÁ VILLABUENA". Pero junto a ese indicador geográfico, geológico y solemne, Villabuena cuenta con "rincones ocultos" como el Puente y otros, que pasan desapercibidos al visitante y que, sin embargo, tienen un atractivo no inferior. Nos referimos concretamente ahora al paraje que en el extremo opuesto del pueblo, hacia el sur, es conocido como la "Fuente del Caño", en la ladera que lleva a La Guareña.

Lo descubrimos hace un par de años cuando buscábamos fotos para la portada de este programa de S. Roque. Nos indicaron el sendero para llegar y cuando, perdidos entre la maleza, íbamos a renunciar a la búsqueda, apareció el amigo Ramón García que nos llevó amablemente hasta el sitio y sentado en el poyo nos contó cómo antiguamente esta fuente era muy visitada por las bondades del agua que sale por sus caños y cómo ahora ya nadie se acerca a ella. ("Ya no va la niña por agua a la fuente...")

A pesar del abandono del camino, del entorno y de la misma fuente, quien se acerque a ella podrá comprobar que a poco que se arreglara el acceso, se limpiara el sotobosque que la rodea y se acondicionara la fuente, ese rincón adquiriría un atractivo singular para disfrutar de la Naturaleza, de la sombra, del trino de las aves, etc.

Ojalá que algún día la Fuente del Caño se convierta en la joya que fue y que puede volver a ser. Condiciones tiene para convertirse en el "rincón y paseo romántico" de Villabuena del Puente.
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Un paseo placentero

 



Los primeros destellos empiezan a empujar los restos de la última noche. El falso e irregular valle formado por los tesos de "Valdelacasa" y "La Peña", parecen parir un sol brillante que presidirá un nuevo día y con él, empiezan a escucharse los sonidos de los más madrugadores de la villa; agricultores empeñados en hacer productivas unas tierras difíciles de domar, ganaderos y pastores atendiendo las primeras tareas del ganado, transeúntes que hacen su paseo matinal como una de sus primeras obligaciones antes de que el calor sea un compañero incómodo...

Despierta un pueblo como despertarán tantos y tantos pueblos en el resto de nuestra geografía. Despierta un pueblo... Despierta Villabuena del Puente. El río Guareña, dibuja una especie de comba como queriendo jugar con el pueblo y entre amos, el camino de circunvalación por el que podemos dar un placentero paseo. En su recorrido, será fácil encontrar algunos puntos de reunión donde los más mayores litigian sobre los problemas del día a día y de donde seguro, saldrían algunas soluciones para alguno de ellos.

Los asistentes a estos puntos de reunión llaman de forma irónica a uno "La Moncloa" y al otro "El Mentidero". Por senderos que parecen haber sido trazados por niños de corta edad dibujando garabatos irreproducibles, podemos saciar la sed en una de las fuentes próximas al recorrido. "El Caño". 

Adentrándonos en las tripas del pueblo podremos asistir a una partida de "chitos" y conversar de forma afable con los responsables de que este juego ancestral no quede en el olvido. Al lado, la iglesia de San Pedro Apóstol, patrón del pueblo.

Nadie que visite nuestro pueblo debe marcharse de él sin visitar nuestras bodegas. Aquí nuestros antepasados emplearon sudor e ingenio para conseguir realizar unas construcciones que hoy en día sería difícil llevar a cabo con tanta maestría. En la puerta de alguna de ellas, quizás tengamos suerte y encontremos a Aníbal Guerra, quien no tendrá reparo en invitarnos a "un trago" del que sin duda, será uno de los mejores vinos del pueblo. Volviendo la vista, veremos "La Plana". Por ella transitaremos para subir a lo alto del cortado y obtener una vista panorámica de nuestra villa, pero antes tendremos que cruzar por el puente de piedra, maravillosa construcción que pone apellido a nuestro pueblo. ¿Quién no añora estas vistas cuando lleva tiempo fuera? El olor a pino y tomillo hacen acto de presencia en todos y cada uno de los rincones de las piedras y solo los más atrevidos, dan buena fe de ello cuanto se introducen en "Las Buracas". ¿Quién sabe a ciencia cierta cuál fue el motivo de la construcción de estas cuevas tan singulares?

Es hora de partir. El día se acaba y todo vuelve a su origen. La noche cubrirá el pueblo y la tranquilidad de él se hará sueña. Solo resonará una voz en la mente del que se fuera, una voz que le dirá: Espero que vuelvas.

( L.M.G.G.)

.....................................copia literal del programa de fiestas 2011..............

jueves, 3 de diciembre de 2020

"El reloj" de Villabuena

 


Copia literal de este programa.

Este año hemos elegido como portada para el Programa de Fiestas, un bello Reloj de Sol colocado sobre una de las casas del pueblo y que tal vez muchos vecinos ni siguiera se hayan percatado de su existencia.

Los "relojes de sol" son un instrumento usado desde tiempos muy remotos (sumerios) con el fin de medir el paso de las horas. Se le denominaba también "Cuadrante solar" Emplea la sombra de un "gnomon" o barra sobre una superficie con una escala para indicar la posición del Sol en el movimiento diurno. Según la disposición del  gnomon y de la forma de la escala se puede medir diferentes tipos de tiempo, siendo el más habitual el tiempo solar aparente. La ciencia encargada de elaborar teorías y fabricar estos relojes de sol se denomina gnomónica.

Pero en Villabuena del Puente siempre se ha mirado hacia "otro reloj" , más natural,  como es La Peña. Desde tiempos inmemoriales, los villabonenses han calculado la hora por la sombra que se va deslizando (o ascendiendo) por la pendiente, "la piedra", "las buracas" y otros puntos de referencia marcaban el ritmo de las tareas domésticas, la hora del almuerzo o de la comida , etc, etc, cuando se estaba en el campo...

Respecto al "Reloj de Sol" de la portada, no sabemos quién y cuándo lo colocaría. Tal vez algún cura, médico o persona relevante del pueblo. Lo que sí es cierto es que resulta muy interesante: una pequeña joya a conservar.

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(texto anónimo)

A 22 de agosto de 2020

 

Hoy siento que tengo que hablar aquí de mi madre..., y diría muchas cosas de ella y todas buenas. Hoy, cumpliría 98 años.
Ella siempre tenía cuentos por casa y antes de aprender a leer, nosotras, ella nos leía cuentos y, y a mí como que aquellas lecturas me cautivaron.
Aquellos cuentos que posiblemente haya todavía alguno por casa.
Y, como anécdota, cuando íbamos a tomar la merienda, merienda de chocolate, pues. en las tabletas de chocolate venía un cuento de regalo que era muy chiquitito, y, bueno, las meriendas dulces me gustaban lo justo, pero lo que más me atraía era abrir la tableta del chocolate para ver qué cuento venía.
Mi afición a la lectura, sin duda, me la trasmitió mi madre, y bueno, estoy aquí "escribiendo cosas" creo que por aquellos cuentos del chocolate y gracias a mi madre. Siento que mis padres no pudieron leerme.
Chocolates "El Alba" de Vezdemarbán Zamora, por aquella época era el único chocolate que había pero, en cada libra, regalaba un cuento.
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Mis padres, Florián y Licer.
Gracias a la vida que me ha dado tanto * * * * *
Foto de la "mili" - por aquel entonces, servicio militar obligatorio -
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martes, 17 de noviembre de 2020

Apunte "danza de palos" (fechado entre 1895 o 1900)

Foto para el recuerdo!!! de una danza con palos, si es que se llamaba así, que organizo mi bisabuelo Alonso, por los años 1895 o 1900 y en la fotografía está mi bisabuelo. El otro señor es Genaro de los marujos de Venialbo, que tiene la flauta y el tambor, y los niños de la danza, formados por, Pablo el padre de Sole y Pruden, Antonio, Herminio, Damián creo q seria padre de Goño, Marcelino, Pepe. Domingo creo que es el Sisi por aclararnos por el apodo y Florián, un tío abuelo de Isa, me corriges si me equivocó, los demás, si alguien sabe por que tenga oídos a sus padres, o familia completamos a todos los niños de la foto-Ángeles -

........Texto y fotos de Ángeles ...........................................

 Gracias por compartir Angeles. Magníficas imágenes rebosantes de historia, arte y cultura.

 Sí, Florián era mi tío abuelo.

 Recuerdo una estrofa o verso cantado con que presentaron esta danza de palos...


"Ocho niños de la escuela / 

se preparan a danzar / 

le diré todos sus nombres /

 si me quieren escuchar / 

pasa Pablo y Antonino / 

pasa Herminio con Damián /

 pasa Marcelino y Pepe / 

pasa Domingo y Florián ."



Puedes imaginar cuando leí esta nota tuya de la época...


viernes, 13 de noviembre de 2020

Las chicas de la bici



 - años 30 del siglo XX -
Aunque pueda parecerlo, estas chicas no están posando para una revista de moda, son chicas sencillas de vida sencilla económicamente centrada en lo esencial. Ni siquiera las bicicletas eran suyas. En el tiempo y lugar de esta fotografía las bicicletas solo las utilizaban los hombres, únicamente, como herramienta de trabajo.

Ellas eran amigas, vecinas, hermanas, inseparables compañeras de todos los días. Y era así desde sus madres, después ellas aprehendieron sus costumbres, y, se sentaban juntas a coser en la calle, a la solana, y dentro de casa si hacía frío y a la luz de la vela en las noches de invierno, unas noches en casa de unas, otras noches en casa de otras, siempre en compañía de los padres de las unas y de las  otras. Se entablaban tertulias, algún que otro juego de mesa, se contaban casos y cosas; versos, refranes, dichos, cuentos, canciones, leyendas, chismes. También se leía en voz alta hasta que se acababa la vela, casi siempre el consumo de la vela marcaba el final de la reunión y la hora de recogerse, de irse a dormir cada uno a su casa.

Ellas iban a la escuela, ayudaban en casa, confeccionaban su ropa de vestir, indistintamente de la estación natural del año, a golpe de vistazo al "figurín" hacían prendas de a diario y de estreno para las fiestas grandes, además tejían sus propios jerséis y rebecas, también bordaban su propio ajuar de novia, cuidaban de los más pequeños, ayudaban en las huertas y en los trabajos del campo, atendían a los animales del corral, iban a buscar agua a los manantiales o al río, iban a lavar a las pozas o a la Guareña entre otros tantos quehaceres. Ellas, las chicas de la bici, vivieron con los padres en la casa paterna hasta que llegó el día en que salieron del hogar familiar para casarse y no antes, porque era así, por aquel entonces era así.

Se intuyen chicas felices de vida plácida.

La foto está hecha en El Camino Toro, a unos pasos de las casas donde vivían las chicas de la bici, justo a la puerta de la cochera del haiga (coche grande y lujoso) del Trinquete. En aquel tiempo este complejo de ocio estaba en su esplendor. El Trinquete en sí guarda una de las historias más rocambolescas de nuestro pueblo y no solo en lo que a su diversa actividad se refiere, sino a la vida cotidiana de sus habitantes, dicha historia, contada por nuestros mayores y transportada por el vehículo de la memoria hasta nuestros días. La señora apoyada en la puerta de la casa familiar del Trinquete, trabajaba in situ en las tareas domésticas que, por aquel entonces, debían ser tantísimas debido a la grandeza, extensión y productividad de todo aquello, de todo aquel complejo de ocio y divertimento que entretenía no solo a las gentes del pueblo sino a las de los pueblos aledaños también.

Las madres de estas chicas fueron, sin duda, la última generación que vistió manteos, o sea, faldas largas hasta los pies, largas por el decoro marcado por la época. Después, sus hijas, las chicas de la foto, vistieron muy por encima de los tobillos, casi un escándalo. Las madres de estas chicas fueron también la última generación que (de mayores) peinaron pelo largo, larguísimo, recogido en la nuca en un moño trenzado, era tan largo su cabello que tenían que peinarse las unas a las otras, ya que por sí mismas resultaba difícil y, bien en la mañana o bien en la tarde ocupaban un rato con los peines y lo hacían en la calle, en el vecindario, siempre que el clima lo permitiera. Armadas con el espejo de mano, las horquillas de moño, el peine, la peina, las peinetas, la lendrera (peine con dientes muy apretados), el peinador, la palangana, la toalla, la colonia, el jabón. La generación de las chicas de la bici, marcó época y tendencia en cuanto a su forma de vestir y de peinarse y ellas fueron también, las primeras mujeres adultas que empezarían a vestir  pantalones.

Las chicas de la bici recogieron el tiempo aprehendido de sus mayores y nos trasmitieron de generación en generación (hijos, nietos y bisnietos) un sentimiento de amistad y querencia incapaz de diluirse en el tiempo. Ahí continúan las generaciones siguientes manteniendo el vetusto vínculo afectivo. Esas personas especiales con las que nos ha hecho coincidir la vida.

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 -foto de Lidia Lorenzo Moyano-
Muchas gracias Lidia, por esta magnífica foto
que  tanto nos cuenta, que tanto nos une, que tanto nos recuerda.

jueves, 29 de octubre de 2020

... Más, que el frío del invierno

Todavía andaban por el sobrau las cartillas grises con títulos de cupones. Las encontramos de casualidad, sin buscarlas, y sin saber que andaban por casa. Que existían de verdad. Estaban dentro de una caja de cartón. Su color gris riguroso y las anotaciones interiores manuscritas a pluma y tinta de tintero, nos hicieron sospechar que aquello había sido un documento importante. A nuestro entender, leíamos en columna; azúcar, sopa, aceite, leche, sal, jabón, carne..., y en la misma columna y en la misma línea unos decimales; centilitros, gramos..., que no entendíamos. Pero lo que sí teníamos claro era que habíamos descubierto algo valioso. Cogimos la caja y bajamos del sobrau a toda prisa para enseñar a los mayores nuestro preciado hallazgo. Recuerdo el impacto que les causó volver a verlas. Tenerlas ahí, delante de sus ojos otra vez...

Nos explicaron un poco por encima, sin ningún atisbo de rencor ni acritud en sus palabras, que aquello que racionaban era realmente escaso, que no duraba nada. Que tanto el aceite, como todos aquellos productos de primera necesidad eran un lujo para la mayoría, que se podía conseguir de estraperlo, pero el precio a pagar era muy caro.

La mayoría de las comidas tenían que cocinarlas con sebo como sustitutivo del aceite Nos contaron algo sobre el estraperlo que no alcanzábamos a entender muy bien, y no sé cuántas penurias más, que los pequeños apenas podíamos relacionar con nuestro presente. Nos hablaban del pan de centeno, pan negro, del azúcar negro..., de que hubo mucha gente que pasó hambre a pesar de esas cartillas de razonamiento.

En las escuelas también nos explicaron, sin tanto detalle, aquella época que aunque no venía en la lección del libro nos lo contaba la maestra como si fuera una clase de la historia de España.

Aun no pudiéndonos hacer una idea de cómo habría sido aquello, ese día nos duró la tristeza no recuerdo cuánto, pero mucho. Casi estábamos arrepentidos, como con un sentimiento de culpa, por haber encontrado aquello que nos puso al borde del llanto a grandes y pequeños. Muy en el fondo, teníamos la sensación de haber aprendido cosas, cosas reales que habían pasado ya, pero que las había sufrido en mayor o menor medida, nuestra gente, y las gentes del pueblo, gente que conocíamos. A los niños nos parecía imposible que aquellas cosas hubieran sido verdad.

Aquel día nos supo más rica la comida, la merienda y el galgueo de entre horas. Procuramos no malgastar la pastilla de jabón-de-olor, dejándola demasiado tiempo dentro del agua de la palangana...

Por la tarde, como quiso la casualidad o el capricho del destino, en una de esas tertulias que eran habituales y muchos más largas en los días y en las noches del otoño y del invierno: apareció una señora mayor, estaba de paso, dijo. Venía de la capital a ver a unas amistades y a pasar unos días en su pueblo, un pueblo cercano, a dar una vuelta a casa, a la casa de sus padres que estaba cerrada, que ya no vivía nadie.

Los mayores empezaron a hablar de que, hoy, los niños habíamos estado revolviendo por el sobrau y habíamos ido a parar a las cartillas de racionamiento. La señora, decía, que también ella había pasado la tarde revolviendo entre papeles y cosas, que había encontrado también las cartillas y un cuaderno donde, de joven, escribía de cuando en cuando reminiscencias de los años 30 y, que este hallazgo la había hecho recordar aquella época, aquellas cosas que ocurrieron en pueblos y ciudades cuando la guerra, y, que si queríamos, nos lo contaba o nos lo leía, porque había traído el cuaderno.

Como quiera que la tarde se había puesto oscura, ventosa y fría, pusieron el candiel cerca, por si se iba la luz. Se echó otro cepo a la lumbre y atizaron el brasero. Los mayores cuestionaban si éramos o no lo suficiente mayores como para escuchar aquellas cosas. Ya habíamos descubierto las cartillas y algo nos habían ido explicando también en las escuelas como si fuera una lección de historia, además de los rumores que siempre se habían oído en las conversaciones de la gente más mayor, y además, había pasado tanto, tanto tiempo...

Cuentan y dicen y dicen y cuentan.

La señora sacó el cuaderno de un envoltorio de papel.

-Se titula "La ventana de atrás" -dijo calándose los anteojos, y empezó a leer como contándonos un cuento:

"La ventana de atrás es una de las cinco ventanas del sobrau que da al solombrío. Al solombrío de Castilla. La mayor parte del año coincidiendo con los meses más frescos, la ventana permanece cerrada. La vista que ofrece nada más asomarte es el cercado, y un poco más allá el camino del cementerio y una pequeña extensión del miso cementerio, justo donde se encuentran las tumbas y las hoyas donde se da sepultura a los niños más pequeños. Aquellas tumbas chiquitinas que bordean un espacio yermo por andar cada dos por tres removiendo la tierra, haciendo más y más hoyas. Era en el verano cuando más muertes infantiles había. No pasaba semana sin que las campanas de la iglesia dejaran de tocar a gloria. Ese doblar, ese tañer de las campanas anunciando la muerte de un niño, desgarrándonos por dentro una y otra vez.

En la ventana de atrás los geranios no florecían, ni florecía ninguna otra planta de todas las que habíamos ido probando. Solo echaban verde, todo el crecer lo echaban en verde. Así que nos llevamos los tiestos a las otras ventanas donde daba el sol, a que salieran las flores, que le salieron. La ventana de atrás la medio tapamos con una tela metálica y echamos los cuarterones por no tapiarla del todo, por no condenarla, porque de vez en cuando, ayudaba a airear el sobrau a las corrientes de aire de las otras ventanas.

A la salida de la escuela, a los niños mayores, nos gustaba subir con la merienda al sobrau y mirar por las ventanas a eso del atardecer, cuando empezaban a volver los hombres del campo en sus yuntas de mulas y burros enganchados al arado, al carro o a la vertedera. Desde el sobrau veíamos llegar, a lo lejos, a los padres, tíos, abuelos y vecinos. Bajábamos corriendo al camino a buscarlos y a montarnos con ellos en las caballerías o en el carro, y tan contentos.

Las madres, mientras, atendían y echaban de comer a los animales del corral y preparaban la cena. Se cenaba pronto, para después hacer o recibir visitas en las casas, de familiares, amigos o vecinos. Donde los hombres hablaban, las mujeres hablaban mientras cosían y los niños jugábamos hasta que se terminaba la vela o se hacía la hora de irse a dormir.

Aquel jueves por la tarde sin escuela, como todas las tardes de los jueves, los chicos y las chicas jugábamos en la calle no muy lejos de la solana donde se sentaban las madres con la costura, hasta que anochecía y nos íbamos para casa a hacer los deberes de la escuela hasta la hora de la cena.

Las madres cosiendo y los niños jugando, cuando empezaron a pasar coches. Coches que no habíamos visto en verdad, solo en los tebeos y en algún periódico del café de la plaza. De los coches bajaron unos hombres. A los niños nos hicieron poner en pie, a las madres también. Después se metieron en los coches y se adentraron más en el pueblo. Las madres recogían la costura deprisa al tiempo que nos "ordenaban" que, a casa, ¡todos a casa!

(La señora de los anteojos, paró un momento de leer, se secó las lentes..., y continuó con la lectura) 

Mi madre cerró todas las puertas y nos subimos al sobrau a mirar por las ventanas, a ver si veíamos llegar a los hombres del campo. Cuando empezaron a llegar, mi madre nos prohibió salir al camino, pero salió ella. La veíamos desde la ventana, y veíamos también a otras madres y a las abuelas que salían a esperar a los hombres. Vimos a la señora Celia que volvía llorando porque su marido no estaba ni lo había visto nadie desde que saliera al campo por la mañana. Ni tampoco había vuelto a casa el abuelo de Salvi, ni el vecino de Cati.

Los hombres del campo, muy serios y en silencio, entraron en los corrales, desaparejaron las yuntas y le echaron un pienso, y pasaron a casa como cada día. Mi madre nos mandó bajar del sobrau diciendo que cerráramos bien las ventanas, todas las ventanas y que fuéramos poniendo la mesa que hoy había que cenar pronto, y los niños a la cama aunque fuera muy pronto, y sin alborotos. Y fuimos poniendo la mesa y sentándonos a cenar. Estábamos a medio cenar cuando nos sobrecogió a todos un golpazo en la puerta de la calle. Al momento había cuatro hombres en la cocina. Le preguntaron, a voces, a mi padre por el nombre de un hombre, mi padre no era ese hombre. Pero no lo creyeron y tuvo que ir mi madre a buscar al baúl la caja de los papeles para que vieran que ese nombre no era el de mi padre. Y se marcharon.

Alrededor de la mesa con todos los platos a medio terminar nos quedamos inmóviles y callados, muy callados. Toño hipaba, tenía ganas de llorar y nosotros le decíamos, bajito, que no metiera ruido.

Creo que era ya muy de noche cuando mi padre y mi madre salieron al portal. El motor del coche hacía un buen rato que había dejado de oírse.

Mi madre entró muy callada, casi sin mirarnos, con la cara como de estar llorando. Cruzó aguda la cocina y fue hasta la despensa. Volvió con otra vela. Entre mi padre y ella buscaban por el suelo del portal el tranco de la puerta de la calle, que, al final, había ido a parar a la cantarera.

Mi padre cogió el bote de las puntas y el martillo y cerró, medio clavando, la puerta de la calle hasta el día siguiente en que, a las primeras luces del día, arregló el tranco y le puso dos aldabas más. Como si trancos y aldabas fueran a mitigar el miedo que sentíamos o a impedir el paso a las casas de aquellos señores que veían en los coches...

La señora Celia había pasado la noche sin su marido. Tampoco se sabía nada del abuelo de Salvi ni del vecino de Cati. Los niños nos fuimos a la escuela y los mayores al café de la plaza, a ver qué decía la radio en el parte de las diez, después salieron al campo.

La maestra nos contó cuentos durante toda la clase y nos puso muy pocos deberes.

Cuando volvíamos de la escuela, a eso de las cinco de la tarde, entraban en el pueblo, otra vez, aquellos coches. Y nosotros nos fuimos corriendo, cada uno a su casa a avisar a las madres, a cerrar las puertas, a subir al sobrau, a asomarnos por las ventanas entre-abiertas, a ver cuando llegaban los hombres del campo. Los hombres del campo volvieron algo más pronto que de costumbre. Y las madres prepararon la cena mucho antes que de costumbre, aunque no salimos luego de visita ni nadie vino a visitarnos como era costumbre. Cenamos en silencio, con todo cerrado, con un par de velas más alumbrando. Velas que apagó mi padre de un soplo al oír el ruido de coches atravesando el silencio de las calles. Y os dijo, bajito, que silencio..., y nos cogió a todos en un abrazo grande y largo, de largo hasta que se dejaron de oór los motores de los coches.

Pasado un rato, mi padre subió a oscuras al sobrau y nosotros detrás. Desde las ventanas entreabiertas no se oía ni se veía nada. Después se empezó a ver un resplandor de luz entrando por el camino del pueblo, al menos son cuatro coches, dijo mi padre en un susurro. Y al poco se empezó a oír en la quietud de la noche el rugido de los cuatro motores entrando en el pueblo que se confundieron con los ruidos, voces y destellos de luz que empezaban a filtrarse por las rendijas de los cuarterones echados de la ventana de atrás. Todo el sobrau tembló con el estruendo, eso ha sido un disparo, dijo mi padre con la voz rota, y se fue a mirar entre las rendijas de la ventana de atrás, y nosotros con él. Habían entrado al cementerio, llevaba faroles o era la luz de los faros, se veían desde la ventana, estaban en el sitio de las hoyas infantiles..., todo muy rápido, todo sucedió muy deprisa.

La noche pasó entre llantos ahogados de grandes y pequeños. La noche pasó sin sueño. No recuerdo otra noche más larga como aquella noche. Ni otro silencio como aquel silencio que siguió a la noche durante toda la noche. Ni recuerdo haber sentido otro terror parecido cuando llegaban las noches. Y aquel "acecío" que me entró, de todas las veces que me pregunté y pregunté, que cómo pudieron meter a los hombres en aquellas hoyas infantiles, si no cabían...

Contra la mañana, los vecinos empezaron a ir de casa en casa, todos sabían que algo había pasado, soy fulanito, abre. Dicen que anoche entraron en casa de tal o cual otro cuando estaban cenando y se llevaron a los hombres y los subieron al cementerio... Y entre los muertos no estaba ni el marido de la señá Celia, ni el abuelo de Salvi, ni el vecino de Cati...

En la escuela, nos pasamos la mañana, primero rezando mucho y luego leyendo cuentos. La tarde también. Y a la salida, derechos a casa. Y en casa con las puertas y las ventanas cerradas, a cenar pronto y a la cama.

Se decía que habían visto al abuelo de Salvi por el campo viviendo en las tudas y que le habían dado comida porque estaba muerto de hambre de no encontrar frutas ni raíces que comer, que andaba medio desmayado, pero que a callar, que no había que decir que lo habían visto... Y había rumores de que la señora Celia, tanto llorar por el marido y lo tenía viviendo en un armario empotrado que habían hecho en una noche, en la pared de la cuadra de los burros. Mientras ella, entraba, salía, se iba por calles y caminos preguntando por él, y luego, se plantaba en la ventana del sobrau que ni se movía mirando pa los campos como un sansirolé... Y, a callar.

Y también dijeron, que se oía decir, que el vecino de Cati, que si se había pasado a Francia sin hato, sin maleta, sin nada... Y, a callar.

Volvieron otros coches y, a plena luz del día se llevaron gallinas, conejos, garbanzos, trigo, productos de las huertas, todo, todo por la causa.

Empezaron a escasear los alimentos. El pan dejó de ser blanco, el aceite y el azúcar alcazaron precios imposibles, como los demás alimentos de primera necesidad. Y llegó el hambre. Y apareció el estraperlo. Y hubo más hambre. Y después, tiempo después, aparecieron las cartillas de racionamiento. Cartillas que apenas si conseguían engañar al hambre..."

https://www.google.com/search?q=cronicas+a+la+luz+del+candil&rlz=1C1EJFA_enES797ES797&oq=cro&aqs=chrome.0.69i59j69i57j35i39j46i433j0i131i433j0i433l2j0i131i433.3155j0j7&sourceid=chrome&ie=UTF-8

sábado, 19 de septiembre de 2020

Origen del nombre BURACAS


Allá por los veranos del s., XVIII, venían al pueblo jornaleros gallegos, como cada verano, a segar en los campos de Castilla.

Eran los tiempos en que no había relojes o que la mayoría de la gente no tenía relojes, y, miraban, como sabemos, a La Piedra las Nueve para calcular qué hora era.

Al principio de llegar estos segadores, para mirar la hora tenían que localizar La Piedra las Nueve. Aquellos agujeros grandes (cuevas) les servían de referencia para localizar la famosa Piedra de las Nueve

Y, entonces decían -donde los agujeros grandes, bajando hacia la izquierda, ahí está La Piedra las Nueve.

En su dialecto ellos traducían "buraco" terminado en o que significaba agujero pequeño y "buraca" terminado en a agujero grande.

Desde esa época pasaron a llamarse Buracas; palabra proveniente del idioma o dialecto gallego ...


 Aportación de fuentes fidedignas. Gracias !!!

_impresionante fotografía de Eme_


miércoles, 15 de julio de 2020

... 29 de octubre, negro, en la memoria histórica de nuestro pueblo. para no olvidar ayer ...





HACE 83 AÑOS
REPRESIÓN FRANQUISTA EN VILLABUENA DEL PUENTE (ZAMORA), 29 DE OCTUBRE DE 1936

Recordamos hoy a los diez vecinos del pueblo que el 29 de octubre de 1936 fueron asesinados y enterrados en el cementerio de la localidad. Sus cuerpos fueron apilados de dos en dos en sepulturas previstas para niños, y posteriormente el lugar de enterramiento ha sido dignificado con un panteón en el que dos placas recuerdan sus nombres y la fecha de su asesinato.

Roque Alfageme Rodríguez, de 47 años, casado con Valeriana Barba Manzano y padre de seis hijos; Ignacio Asensio Rodríguez, jornalero de 29 años, casado; Román Feo Seco, jornalero de 47 años, viudo y padre de cuatro hijos; Abel Gómez Martín, labrador de 43 años, casado con Aurelia Sánchez Calzada y padre de tres hijos; Damián González Jiménez, labrador de 43 años, casado con María Ledesma; Manuel González Moralejo, jornalero de 45 años, casado con Justa Amaro Prieto y padre de siete hijos; Bonifacio Martín Cimarra, casado con Valentina Corzo González, padre de dos hijos; Marcelino Martín Prieto, labrador de 59 años, presidente de la Sociedad Obrera, casado con María Asensio Muñoz y padre de tres hijos; Amador Muñoz Muñoz (en la foto), labrador de 38 años, casado con Antonia Manzanera Seco y padre de dos hijos; y su hermano Leopoldo Muñoz Muñoz, de 35 años, casado con Everilda Seco Muñoz y padre de cuatro hijos.

No fueron los únicos vecinos de Villabuena del Puente víctimas de la represión. Protasio González Giménez, de 42 años, casado con Ángela González Hernández, había desaparecido el 7 de octubre, tras ser detenido. Antes de esa fecha ya había sufrido varias palizas, y cuando su esposa, cuatro años más tarde, quiso acreditar su viudedad, se inscribió su defunción con esa fecha, certificando que su muerte “debió tener lugar en Toro”.
Antes de esa fecha otros tres jornaleros naturales de Villabuena del Puente, y domiciliados en otras localidades, fueron asesinados en el mes de septiembre: el día 14, Jacinto Feo Aparicio, de 47 años, y Roque Feo García, de 32 años, casado con Vicenta Guerra Sánchez, ambos residentes en Toro; y el día 29, Manuel Hernández Martín, obrero de 35 años, casado y residente en Peleagonzalo.

La represión no finalizaría con la muerte. En febrero de 1940, los herederos de varios asesinados sufrieron la incautación de sus bienes por la jurisdicción de Responsabilidades Políticas. Es el caso de Marcelino Martín Prieto, Damián González y los hermanos Muñoz Muñoz, sancionados póstumamente con multas de 5.000 pesetas, o el de Ignacio Asensio y Damián González, con 4.000 pesetas cada uno.

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Foro por la Memoria de Zamora

jueves, 18 de junio de 2020

Entre el suelo y el cielo

Entre el suelo y el cielo


... cuéntame un cuento, a poder ser, de otro tiempo ...

Hace menos de un mes que Migue cumplió la escuela. Su madre, orgullosa, ha guardado con esmero el cabás. el plumier, los cuadernos, las pinturas, la pizarra, la Cartilla de las notas y el Certificado de Estudios Primarios.

Migue apenas si ha pegado ojo esta noche cuando su padre entra en la habitación a despertarlo. Migue no está muy convencido de si ha sido o no capaz de dormir unos minutos, el caso es, que todavía es de noche.

-Vamos Migue, que es la hora, levanta hijo, tu madre ya anda preparando el desayuno...

Y Migue se sacude el sueño, se tira de la cama, se viste rápido y se planta en la cocina. En la mesa tiene un tazón humeante de leche con pan migado y dos cucharadas colmadas de azúcar, como a él le gusta. Desayuna a trompicones, dice que es como si tuviera el gaznate cerrado, que le cuesta tragar. Se calza con los trapos de loneta, los cordeles y las abarcas que abrocha con diligencia, lo ha aprendido viendo a su padre cuando, en otro tiempo, volvía del campo. Las abarcas le quedan un poco grandes y ha habido que hacerle un agujero más a todas las trabillas. En el hueco de la escalera del sobrau tiene preparado el hato y las alforjas desde ayer por la tarde; la hoz, los dediles de cuero, el sombrero, un pañuelo, unos vendajes...

Estos días, Migue, ha engrasado los dediles con un trozo de tocino intentando suavizar la dureza del cuero, la flexibilidad perdida durante el letargo de no se acuerda cuántos años en que los utilizara su padre por última vez. Igualmente ha limpiado la herrumbre de las hoces afilándolas a piedra bajo la atenta mirada de su padre hasta quedar resplandecientes.

-No se te vaya a olvidar nada, Migue, le dice su madre, con los ojos vidriosos, mientras le alarga la piedra de afilar.

Migue, tendrá que ir habituándose a comer a esas horas, a duras penas ha conseguido desayunar un poco y en un santiamén ya está dispuesto. Coge los aperos, se cuelga el sombrero al cuello y se dispone a salir de casa. Los padres lo acompañan hasta la puerta. El padre, en esa costumbre de echarle la mano al hombro al chico y a su madre, recorren los tres los escasos metros de pasillo que los separa de la puerta de la calle, hablando con el chico a modo de despedida.

-Hijo, acuérdate sobre todo, de lo que te ha enseñado tu padre.

Y Migue, baja la cuesta seguido por los ojos de sus padres que, en unos instantes, lo pierden de vista.

-Todavía es de noche..., dice su madre entre sollozos.

Migue, va en busca de la cuadrilla. Hoy es su primer día, hoy se estrena con la hoz, hoy, será uno de ellos, uno de los segadores de la cuadrilla, un hombre, el hombre de la casa que sale a ganar el pan. Migue, conoce de la siega lo que puede conocer un niño, un zagal que ha estado unos cuántos veranos llevando la comida a las cuadrillas de segadores. De vez en cuando y a modo de juego, a los zagales se les permitía la siega en los linderos, en algún ribazo y en los alrededores de los árboles donde la mies crecía rala y poco más. Pero hoy será un segador, hoy se hará uno de ellos, ya es mayor para seguir de zagal, se ha convertido en un chico de edad, esa edad de trabajar y llevar un jornal a casa.

-Qué contento vienes, le dicen los de la cuadrilla, a ver si sigues igual a la vuelta.

Y Migue, hace un ademán, se encoge de hombros como dando una respuesta, como quitando importancia, y ayuda a la cuadrilla a echar las alforjas, las hoces y demás aperos al carro tirado por la yunta de mulas. En los cuévanos que llevan colgados debajo del carro viajan los dos perros que, refunfuñando por las horas tempranas, dicen los de la cuadrilla, pero que cuando el carro echa a andar se quedan en silencio. Tano, guía las mulas turnándose con otro compañero y los demás intentan dar  una cabezada hasta la finca que queda lejos. A Migue, le han echado un cacho-manta por encima y lo animan a que duerma todo el rato porque hoy, y aunque Migue conoce bien los caminos del campo, hoy no guiará las mulas, lo hará en unos días.

Y Migue, tumbado en el carro, boca arriba, pone la vista en la luna, en las estrellas y en el cielo que ya empieza a clarear, son esas horas que llaman de entre dos luces. Los ojos de Migue siguen el recorrido de la luna que va con ellos al mismo paso del carro, al ritmo de las curvas y de los caminos, No puede dormir, es incapaz de conciliar el sueño. Hoy tiene que dar la talla como segador en el campo. Dar la talla como un hombre. Y se rebulle entre el espacio del carro y el trozo de manta.

-Tú has de dormir chico, le dice Tano en voz baja, mientras guía las mulas sentado en la vigueta del carro, al silencio, al frescor de la madrugada, al niño se le escapa alguna que otra lágrima que seca agudo, con la punta de la manta antes de que los otros las descubran, porque ya se ve, ya está bien amanecido, ya anda queriendo salir el sol de entre los tesos. Al llegar a la tierra buscan un sitio resguardado donde dejar las mulas, el carro, los aperos y el hato, lejos de las hormigas y de los avisperos, a poder ser, que dé la sombra el mayor tiempo posible. Cavan un hoyo en el suelo y meten las jarronas y las botijas del agua para que se mantengan frescas, ahí, medio enterradas. 

Los perros se quedan dormidos en el hato hasta que una voz los apite echándolos a una liebre o a un conejo que salen de tanto en tanto entre los cerros a medida que el murmullo de los segadores se acerca a las camas y madrigueras escarbadas al resguardo de la mies.

Los segadores ataviados con sombreros, pañuelos, hoces y dediles de cuero, se dirigen al corte y empiezan la tarea con la mirada puesta en la línea de las espigas. En menos de nada los acompaña un sol ardiente cuyos rayos traspasan todos los resquicios de su atuendo. En unos días el cerco del sombrero quedará marcado en el rostro delimitando el sol y sombra. Hay que seguir adelante, y avanzan encorvados sobre la espesura del trigo. En una mano la hoz, con la otra sujetan el corte o gavilla, como ayudándole a la hoz. Los ojos esquivando las argañas de las espigas. Con los pies sortean los cañones recién cortados de las pajas. Una vuelta y otra, y otra, y otra..., al compás de las habilidades y de la resistencia de cada quien envueltos en calor y polvo.

Polvo y sudor forman un chorro de lodo que resbala por la frente, por las mejillas y por el cuello. La ropa se paga al cuerpo, y el cuerpo entero es sudor y polvo. La más ligera ráfaga de viento es una bendición. El dolor en la zona lumbar se agudiza. Pero hay que seguir. Con la cara fija en los liños y con el cuerpo doblado hacia el terreno seco. De cuando en cuando se incorporan unos segundas para secarse la frente con el antebrazo. Se incorporan, de nuevo, y  se palpan el dolor de riñones con el dorso de la mano que sujeta la hoz. Algunos se han visto en la necesidad de vendarse las muñecas que ya va apretando el dolor y amenazan con abrirse.

Y, Migue, aguanta a duras penas haciéndose el valiente. Tano, no le quita ojo porque, mirando al chico, le recuerda su primer día de siega, y no puede dejar de observarlo.

-Chico, le dice Tano, llégate hasta el hato y trae la botija, y así en el ir y venir, descansan un poco las manos y espantas un algo esa mordedura en los riñones...

Mientras les dura el refresco del agua entran todos en conversación echan unos cánticos y unas risas sin dejar quietas las manos, sin levantar los ojos de la hoz.

El cereal cortado se asienta con esmero atravesado sobre los cerros para después agavillar y atar en haces, lo antes posible, no vaya a ser que se levante el aire y las revuelva y esparza lo segado por la tierra. Con las lías colgadas a la cintura, Migue, agavilla y ata haces tal y como lo enseñó su padre, hoy solo ata media docena para probar, y si lo hace bien, que sí lo hace, tendrá el privilegio de atar en los días sucesivos, porque hacer los haces no se le da bien a cualquiera. Después a espigar lo segado, y así una vuelta, y otra, y otra, hasta la hora del almuerzo que paran unos minutos en el hato y luego al corte hasta que llegue el zagal con la comida a eso del mediodía. Es a la hora de la comida cuando el descanso es más reconfortante, se hace un poco más largo, con un poco más de tiempo para cabecear una siesta corta en pleno campo al zumbido de los tábanos, al canto de las cigarras, a la sombra de los árboles si los hubiera y si no debajo el carro.

Por la fuerza de la costumbre el cuerpo termina por acostumbrarse y ya andan haciendo planes y apuestas para dentro de unos días en que, los más duchos o los más osados, echarán carreras por los cerros a ver quién es el más rápido segando.

-Anda Migue, descansa un poco la postura, dice Tano, deja un momento la hoz y vete a dar agua a las mulas. Anda, llégate hasta la fuente La Francesa, esa de ahí, la que está abajo en la revuelta, desde aquí no se ve, pero está muy cerca. Y vigilas que no cojan sanguijuelas y luego, cuando hayan bebido, le procuras un pienso.

Al atardecer emprenden el regreso a casa. Los padres y el abuelo de Migue lo están esperando. La madre ultima los preparativos de la cena y el padre no hace más que asomarse a los caminos a ver si los ve llegar, a ver si viene ya la cuadrilla de Migue. Su madre le ha hecho una cataplasma y un ungüento para calmar el escozor de las ampollas que ha hecho el mango de la hoz en la palma de la mano. Migue, se hace el valiente y disimula las dolencias, dice que el cuerpo se acostumbra, que tarda unos días pero que termina por acostumbrarse. Los padres todavía lo recuerdan y saben muy bien de los padecimientos de los primeros días. Su madre lo obliga a que meta  los pies en la palangana de agua con sal porque andarán doloridos y extrañados de calzar trapos y abarcas.

Migue, más aliviado, cuenta en la cena cómo le ha ido el día, los cantares que han ido entonando al ritmo de las hoces, los cuentos y chismes que han contado, las apuestas de carreras con la hoz a ver quién segaba más agudo, las veces que apitaron los perros y los echaron a las liebres y a los conejos que salieron de improviso de entre la mies, de las dos liebres que guisará Tano pa la merienda del domingo.

Después de cenar salen un poco al fresco, los padres se sientan a la puerta con los vecinos, Migue da una vuelta con los amigos por allí por el vecindario pero solo un rato que mañana vuelve a madrugar. Hay que ir pronto a la cama, a descansar y a dormir, para poder rendir en el trabajo, y así, un día y otro mientras dure la temporada.

Y, Migue, extenuado por el trabajo de hoy y satisfecho por haberse convertido, también hoy, en un hombre, en un hombre de provecho, lleva su dolorido cuerpo al descanso nocturno, cae rendido en la cama y se duerme al instante. Sueña con el llanto del trigo al cortarlo, con las hoces que se le enredan en los dediles, con el calor, con las carreras de los perros, con el refresco de la botija, con el miramiento de Tano, con la comida llevada por los zagales, con la siesta debajo del carro, con el canto de las cigarras, con el atado de los haces y, sobre todo, con lo que a él más le ha impresionado, ver desfilar a las avutardas paseando y levantando el vuelo, ha sido lo que más  ha disfrutado del día, y, Migue sueña con todo eso hasta que, en los entresueños escuchas la voz de su padre:

-Vamos Migue, que ya es la hora. Levanta hijo mío, y vístete, que tu madre ya anda preparando el desayuno.
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del libro Cuentos del Sobrau / Villabuena en la Memoria. publicado en 2017


Domingos de cine

    El cine Norte era además salón de baile y teatro. Tenía muchos bancos de madera que alineaban rellenando todo el aforo, todo el espacio ...