lunes, 8 de diciembre de 2014

En el viento de Otoño (2ª parte y final

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Como quiera  que los cuatro niños subían la escalera del sobrau de Migue hablando a voces, riendo y soltando gritos de contento,  porque iban a ver las redes de pescar del bisabuelo de Migue; no repararon en los silbidos del viento que rugía como dentro de las vigas entre las grietas de madera, entre el cañizo y el barro del techo, en las rendijas de las ventanas, en el balanceo de las telarañas...
Los niños, al final de la escalera, se quedan parados y siguen con la mirada los reflejos del sol; hora aquí, hora allí, mezclándose con los bramidos del viento. En un visto y no visto, tres ratones cruzan el sobrau justo a los pies de los niños a la vez que un maullido lastimero del gato amarillo se hace oir desde la viga maestra. Los niños apiñados entre si, no se han movido  del sitio, siguen anclados al final de la escalera.
-Hace..., como si fuera a venir la Rampalla-  dice Blanca  entre sollozos agarrada al vestido de su hermana Corina.
-Ya está la miedica esta- protesta Migue -no sé por qué tienes que llevarla a todas partes Corina, con lo pequeña que es, se asusta de todo, podías haberla dejado con tu madre.
-A mi me gusta llevar a mi hermanita, a ella también le gusta venir donde yo vaya, ya que no puede venirse conmigo a la escuela...,  la llevo donde sea.  Además mi madre dice que cuando yo me voy se queda llorando y yo no quiero que llore.
-Que sepas que si yo tuviera una hermana pequeña la llevaría conmigo a todas partes- dice Mey- y tú seguro que harías lo mismo Migue, que como nosotros no tenemos hermanos, nosotros qué sabemos.
-No sé, puede que sí.  Pero..., Blanca, en mi sobrau no hay Rampalla, bueno, en mi sobrau ni en ninguno y  en ningún sitio, ¿es que alguna vez has visto la Rampalla? A ver, ¿cómo es?, ¿quién  sabe cómo es?  Nadie lo sabe, así que deja de lloriquear ¿vale?
-Está ahí- balbucea Blanca-  en la puerta del armario...
Los cuatro, cogidos de la mano, se pegan a la pared.  El sobrau se enciende y se apaga.   Tan pronto se ilumina como se queda en la penumbra al capricho de las nubes y del airón que ruge ahora más fuerte entre las grietas y las rendijas.
Como quiera  que los cuatro niños subieron la escalera del sobrau de Migue hablando a voces, riendo y soltando gritos de contento Porque iban a ver las redes de pescar del bisabuelo de Migue: no habían reparado en la puerta entreabierta del armario viejo donde, sujeta a una percha, se rescolgaba la capa de paño negra dando bandazos a las corrientes de aire, expandiendo una sombra oscura que olía a bolitas de alcanfor. 
El sol de ida y vuelta, aparece y desaparece por la ventana, choca en el espejo del armario de luna llevando su reflejo en el vaiven de la puerta y en  la sombra agigantada de los vuelos de la capa por todos los rincones del  sobrau.  No repararon en los silbidos del viento que rugía como dentro de las vigas entre las grietas de madera, entre el cañizo y el barro del techo, en las rendijas de las ventanas, en el balanceo de las telarañas o en aquella capa de paño de color negro que sobresale por  la  puerta entreabierta del armario viejo, el armario de luna con medio espejo roto.  
 -¡La Rampaaalla, la Rampallaaa!- gritan, a mas no poder los cuatro niños.  Los gritos llegan hasta la solana, y las madres tiran la costura y salen corriendo hasta el sobrau de Migue.  Los tranquilizan haciéndoles ver que eso que pensaban que era una Rampalla no era nada más que  la sombra de la capa moviéndose al viento, que es lo que les ha asustado, solo eso, y que la Rampalla no se le aparece a los niños a no ser que sean niños  muy malos y que ellos no lo son.  Y las madres se quedan con ellos en el sobrau examinando todos los rincones y vericuetos. Descuelgan entre todos las redes de pescar del bisabuelo de Migue, son muy largas, ocupan casi todo el perímetro del sobrau.
-Nadie antes las había descolgado, dice la madre de Migue- pero hoy, basta que haya pasado lo que ha pasado, se descuelgan y ya está, así las ven mejor, así las disfrutan más, que enreden un poco con ellas.
Entre los dobleces de la red, los niños descubren, entusiasmados, unos nudos marineros  y un cuaderno  lleno de escritos en tinta granate, quieren que les lean las madres un poco de aquello que pone allí, porque es una letra que se le hace muy bonita, pero que ellos no la entienden, pero, ya tendrá que ser otro día, empieza a oscurecer, pronto será  de noche.  Los niños ya se han ido olvidando de ese miedo, de ese mal-rato  que pasaron, esta tarde del jueves,  al menos por ahora, ya, ni se acuerdan.

1 comentario:

  1. Me encanta como todo, me haces volver a mi infancia de una forma tan real, que se me eriza la piel, cuando daria por volver a vivir esa época, en mi pueblo, en mi sobrau, sin nada, pero con todo. gracias Isa, siempre un placer leerte.

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