sábado, 17 de enero de 2015

Revolviendo arcas, arcones y baúles.



Como quiera que ya empezaba a oírse el runrún en el ambiente: Mey, Migue,  Blanca y Corina, andan entusiasmados, corriendo de una casa a otra, a ver qué encuentran en los sobraus para  ir preparando qué ponerse, con qué vestirse en las vísperas de los carnavales.  Aunque para asistir al baile infantil del Martes de Carnaval ya tienen los disfraces dispuestos, solo hace falta pasarle un poco la plancha; Son esos trajes de disfraz que les han confeccionado sus madres.   Se los han hecho "crecederos" para aguantar de un año a otro y así evitar un gasto.  Estos disfraces están muy bien, son los mas apropiados para asistir al baile, a la sesión matinal de la mañana del Martes.  Pero para echar unas risas lo más divertidos eran los que encontraban ellos mismos por los sobraus y vestirse de andrajos, de brujas con escoba, de fantasmas, de novios, de espantapájaros, de hadas y princesas, de payasos..., con o sin antifaces, pintarrajeándose la cara, para que nadie,  pero nadie, pueda reconocerlos, esa era la intención, oír decir a la gente ¿pero quiénes son esos... ? y que se quedaran con las ganas de saberlo.  Vaya risas, vaya juergas.  De esta guisa se sale a las calles del pueblo a festejar el carnaval, al barullo de  niños, jóvenes y mayores, disfrutando de los carnavales y de las ocurrencias de cada cual, que son muchas.
En el comercio regalan antifaces y caretas de cartón casi todos los años y cuando no, los hacen en casa con una cartulina y una goma, para decorarlas después, con  los colores  que guarda el plumier escolar, o si no, se tiznan la cara con un tapón de corcho ahumado y unos pintalabios.  Ellos mismos se fabrican capirotes de cartón forrados con papel azul  salpicado de estrellas amarillas y en la mismísima punta del cucurucho, prenden unas cintas de colores o un trozo de tul, es el gorro de las hadas y de las princesas de los cuentos. Luego buscan una palo fino por la leña de la tenada, le piden a los padres que lo descascarillen a navaja, y le ponen otra estrella en un extremo y ya tienen la varita mágica.  Después se dan una vuelta por los sobraus , el de Migue, el de Blanca y Corina y  el de Mey.  A ver qué pueden encontrar que les sirva y les guste a cada uno.
Desde el techo hasta el suelo se cuela, por la claraboya, un amplio rayo de sol atravesando el sobrau, su forma recta y oblicua, ilumina  todo el espacio con su potente reflejo cuajado de partículas de polvo flotando al trasluz.  La claraboya resplandece  como cien bombillas juntas y filtra, además, un calor agradable caldeando un poco esta tarde helada de Febrero.
El sobrau está, a esas horas, en absoluto silencio, sus habitantes quién sabe dónde andarán.  Solo se escuchan unos leves ronquidos de  la gata bardina de Mey que duerme plácidamente sobre el suelo de madera tumbada en todo el medio del trozo soleado.  El rayo de sol se mueve con lentitud y va cambiando de sitio.  La gata bardina de Mey, medio adormilada, se mueve al mismo ritmo, se va arrastrando, lentamente, hacia la dirección que lleva el sol.  Los cuatro  niños no paran de mirarla, se tragan la risa para no despertar a la bardina, y siguen con la mirada los movimientos-inconscientes de la gata dormida que va recorriendo, a su tran tran, el cerco del sol como atraída por una fuerza misteriosa.
Baúles, arcas y arcones, descansan a la claridad de las ventanas en cada sobrau, en estos armatostes de tapa curvada con dibujos perfilados de tachuelas, forrados  por dentro con recortes de revistas y periódicos, se guarda la ropa de temporada entre bolas de alcanfor, ramos de tomillo y de lavanda, hojas de hierbabuena o pastillas de jabón de olor. Hay  baúles y arcones que, se destinan a ropa gastada, ropa usada, ropa pasada de moda, que ya difícilmente podrá aprovecharse para nada que no sea hacer vestidos a las muñecas, echar remiendos, hacer trapos, rodillas de cocina o para ponérsela uno en los carnavales. A saber, los pequeños hunden sus manitas en arcas y baúles y revuelven una y otra vez, hasta el fondo, arriba, abajo, de un lado, de otro y venga vueltas y revueltas con las prendas.  Blanca también quiere rebuscar, pero su estatura no le da para meter las manos ni hasta la mitad del baúl, prueba, insiste, se aúpa,  arrima una tajuela, se pone  de puntillas, no para  hasta que cae de cabeza dentro del arcón entre las risas y las carcajadas de los demás, que no les queda otra que rescatarla, Blanca no deja de poner "pucheros" aguantándose las ganas de llorar, es tan pequeña...
Los cuatro continúan absortos en la tarea de rebuscar: un tejido de gasa, un retal de visillo, un trozo de tela sobrante del vestido floreado de mamá, una capa de paño azul, unos collares de cuentas de colores, un cancán con restos de almidón y encaje de bolillos, una diadema, un casquete de terciopelo, unas horquillas brillantes..., ropajes en fin, que le recuerdan a las hadas, a las  princesas, a los personajes de los cuentos...
El sobrau es, para ellos,  poco menos que  tener un bazar a su disposición, es, sin lugar a  dudas, ese universo de sorpresas donde los niños, día tras día, van descubriendo verdaderos tesoros.
-Eh, ¿habéis visto este vestido de fresas?
-Y esta blusa con hilos brillantes.
-Y un sombrero gris.
-Pues mirar este broche.
-¡Vaya, una capa azul!
-Aquí hay un abrigo de cuadros, es muy viejo, y, mirar, tiene un bolsillo apolillado...
-Un vestido con perlitas y abalorios...
-Unos guantes de material, como esos  de conducir las motocicletas.
-Y...
Los maullidos desangelados de la gata bardina de Mey los saca del ensimismamiento consiguiendo asustar a los niños unos  instantes, pero sobre todo, la gata, quiere hacerles entender, que se ha despertado de frío, porque que ya se ha ido el sol y está muy enfadada  porque, alguien, debe de haber apagado el sol...   Al tiempo que el sobrau ha ido perdiendo luminosidad la gata  sigue maullando como alma en pena recorriendo en círculo el trozo calentito donde solo hace unos momentos estaba dando el sol, luego, se queda mirando las alturas, mira atentamente la claraboya subiendo de tono su penetrante miau miau, como buscando el sol.  Y, entonces, el sobrau se llena de las carcajadas de los cuatro niños que no pueden más de la risa  a cuenta de la gata bardina de Mey que se está creyendo que ellos,  que han sido ellos,  los niños,  los que le han apagado el sol.
-¡Callar, callar un momento todosss! -dice Migue haciendo oído- ¡Qué os calléis diiigo!
-¿Qué?
-¿Por qué
-¿Qué pasa?
-Que se oye mucha bulla, escuchar -dice Migue- y un cencerro, eso es el tolón tolón de un cencerro. Hacer oído, escuchar un poco.
En el sobrau se hace el silencio, y hasta allí, suben gemidos, alaridos, llantos y lamentos desgarradores, mezclándose con los sonidos de un cencerro...
Los niños dejan todo empantanado, bajan al vuelo la escalera y en un plis-plas llegan a la calle.
-¿Qué pasa, señor? -acierta a preguntar Migue-
-Nada, ¿qué ha de pasar? que andan enterrando un burro -responde muy serio el señor -están ahí, a la revuelta.
Por el estrecho camino de sol que todavía alumbra el otro lado de la calle, ven aproximarse a la abuela de Mey con el capazo a rebosar.  Viene del comercio envuelta en la toquilla grande.
-Estos chicos, estos chicos, qué acecío llevan, hay que ver, no paran un momento.  Hala, hala, corriendo a ver los carnavales, ¿no queréis un bollico de esos de carnaval? los acabo de comprar en el horno.
-Luego abuela- dice Mey- luego lo comemos, ahora vamos a ver un entierro, aquel señor nos ha dicho que andaban enterrando un burro ahí a la revuelta.
-¡Ah! conque sí, conque eso os ha dicho..  Bueno, abrocharos bien que vais a coger un pasmo.  Un entierro, vaya un entierro- va murmurando la abuela.
En la revuelta, un grupo de gente enlutada, mozos mozas y mayores llorando a gritos, llevan entre seis una caja de cartón de grandes dimensiones cubierta con un paño negro, delante de la caja un chico vestido de blanco y colorau,  lleva una cruz hecha de palo.  Luego, mientras unos lloran, otros ríen a más no poder y todos al mismo tiempo empiezan a cantar al son del tolón tolón del cencerro que no ha dejado de tocar en todo el rato "la tía María"

"Ya se murió el burro que acarrea la vinagre,
ya lo llevó Dios, de esta vida miserable.

Que tu ru ru rú...,
que la  culpa la tienes tú.

Él era valiente, el era mohíno
era la alegría de todos los vecinos.

Ya estira la pata, ya arruga el hocico
y encogiendo el rabo me dijo adiós Perico.

Que tu ru ru rú...

Todos los vecinos iban al entierro
y la tía María tocaba el cencerro.

Blanca se ha echado a llorar y  han tenido que consolarla entre todos, todavía está hipando.  Han tenido que enseñarle la caja para que vea que está vacía y que allí no hay ningún burrito muerto que vayan a enterrar. Que es solo que están de broma, que son los carnavales...
Ya empieza a oscurecer.  Ya ha pasado "la comparsa del entierro" y ya los niños se recogen en casa de Mey, donde la abuela les ha  preparado unas tazas de chocolate caliente con una bandejita de bollos de hojaldre, esos bollos recién traídos del horno que tienen la forma cuadrada,  y el color blanco, como de nieve, que le da ese rebozado de azúcar molido.  Son los "bollos de Carnaval."  Ya días que las  calles del pueblo han empezado a oler a bollos hojaldradados.   Un perfume exquisito que sale por las chimeneas de las panaderías y que el aire  helado de febrero expande por las calles del pueblo.
Ya huele a Carnaval. Ya estamos en Carnaval.  Va comentando la gente a modo de saludo.

Domingos de cine

    El cine Norte era además salón de baile y teatro. Tenía muchos bancos de madera que alineaban rellenando todo el aforo, todo el espacio ...