viernes, 17 de enero de 2020

Atrapar el tiempo

- mis abuelos maternos, Manuel y Joaquina -
Las ampliaciones fotográficas enmarcadas colgaban en todas las alcobas de las casas del pueblo en los años 50 del siglo XX. Atrapaban el tiempo de los matrimonios indisolubles de la época. Los niños, cada vez que entrábamos en la habitación de matrimonio de la casa de los abuelos, nos plantábamos delante de ellas y las contemplábamos durante unos segundos como si fuera la primera vez que las veíamos. A los niños, estas ampliaciones de abuelos, nos aportaban normalidad, estabilidad y, sobre todo, la tranquilidad de verlas y de sentirlas como una vida de siempre, imperturbable, que siempre iba a estar ahí hasta el fin de los días y así era y así fue en la vida de entonces. Siempre serían, siempre estarían, no cabía, en la mente infantil, pensar de otra manera.  
Cómo los queríamos y cómo y cuánto nos querían ellos, por ese cariño, por esa querencia mutua, todavía y después de todos los años que han pasado viven en nuestra memoria, en nuestro tiempo presente como uno de los recuerdos más entrañables, emotivos e imborrables de la infancia.

Inconscientemente decimos hoy día "éramos felices con nada" sin nada que se pudiera comprar con dinero, que escaseaba y mucho. Pero teníamos todo, teníamos a nuestros abuelos, a los padres, a los tíos, a los primos, a los vecinos y entre todos hacíamos la vida. Teníamos casa, mejor o peor pero una casa segura (por entonces era inconcebible pensar que pudiéramos quedarnos sin ella como ocurre en los tiempos actuales, que costara más de media vida hacerse con ella era impensable), teníamos alimento, vestido, zapatos, la escuela. Entre todos teníamos mucho más que ahora, todos vivíamos a unos pasos de distancia y a cualquier hora del día o de la noche y todos eran nuestra familia. En la bendita niñez teníamos de todo menos dinero, teníamos otros valores heredados que nos hacían felices y teníamos la conformidad con las cosas indispensables y con la prioridad por las personas y la casa y la calle para jugar. Lo teníamos todo.

Ellos, los abuelos, distinguían bien los inventos y adelantos de su época que utilizaban como meras herramientas de trabajo o de recreo, de un bienestar para compartir con todos, todos juntos alrededor de la radio, todos juntos mirando la tele, todos juntos al cine, todos disfrutando de aquellas bombillas sobre casquillo de 15 o 25 W de la reciente instalación eléctrica en las casas "luz de día"y en consecuencia las primeras planchas eléctricas, la tv. radio, cine, tfno, lavadora, Todos compartiendo lo bueno que ofrecía la época. Aquellos locos cacharros domésticos no consiguieron separarnos, no marcaron distancias generacionales, no nos individualizaron sino que nos unieron más a niños y grandes. Ahora se anteponen los "locos cacharros" y se interponen entre las personas y los afectos. Y, ahí esta el peligro y ahí está la pena.

Si algo nos va quedando muy claro es que salvo en imágenes y letras, no podemos retroceder en el tiempo. Como la de otros tantos, su juventud transcurría allá por el 1912 en la vida convulsa de los tiempos de preguerra, guerras y posguerras. de escasez, donde apenas si se vivía con lo indispensable, en tiempos de apreturas sociales y económicas. tal parece que no haya pasado el tiempo, pero sí, ha pasado la vida en 108 años desde entonces, y todos estos años nos han traído hasta hoy, hasta el hoy del futuro de la "ciencia ficción" de las tecnologías increíbles, del amor a las máquinas que actualmente nos manejan a su antojo. Del mundo de las prisas, de la velocidad, de la inmediatez, de la globalización, de la mismísima y pretenciosa conquista del universo para así poder mudarnos de planeta. Y hasta de lo imperdonable, olvidarnos de nosotros mismos para entregarnos en cuerpo y alma a las tecnologías que gobiernan y empujan nuestro mundo, nuestras prioridades, nuestra vida y este nuestro tiempo presente.
Las generaciones que hemos estado en el antes, el durante y el después de "tanto-progreso" echamos en falta la sencillez y quizá también la austeridad de aquélla época donde se priorizaban otros valores -las personas, la gente primero-

Ellos son mis abuelos maternos, sí, y estaban llenos de ternura en su vida sencilla. cómo no recordarlos, cómo no pensar qué pasaría si nuestros abuelos, en algún momento, volvieran a este mundo, cuando en sus tiempos "menos era ser más" y ahora "tener más equivale a ser menos"

Todos, pobres, ignorábamos entonces el impredecible y brutal cambio social que se avecinaba en cuestión de solo unas décadas, ni que estaría influenciado por las consecuencias, la causalidad, circunstancias y sedimentos que van dejando los "residuos" de la evolución tecnológica, ni que crearían las distancias entre personas que están creando, que estamos viendo ya, que estamos padeciendo en este todavía incipiente siglo XXI tan adelantado a su época, tan futurista Año 30 de la era de internet, "la Era de Internet, la Era de la Inteligencia Artificial, o quizá, la era del fin humano o la era de la estupidez"donde a pesar de estar todos en contacto con todo el mundo mundial y, más comunicados que nunca, empezamos a vivir más solos que nunca atrapados en el tiempo.




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