sábado, 12 de marzo de 2016

... Qué no daría yo





La tarde lleva amenazando tormenta desde el medio día, aunque no acaba de manifestarse  “hace amagos de ser una tormenta seca” presagian los más mayores.
Alrededor de la plaza se va agolpando la gente.  Esta tarde en el coso taurino tocan las bandas municipales; la local, las  de pueblos cercanos y una de Zamora capital, van a dar sus conciertos durante los meses de verano en la plaza de toros, este año celebran el ciento veinticinco aniversario de la fundación de la banda local.
Francisco ha ido en compañía de su nieto Quico, el abuelo no quería perderse la ocasión que se le ha presentado de volver a pisar la plaza después de tantos años,  y  contemplar, de nuevo,  aquella arena, aquellas gradas, aquel  redondel.  Rememorar todo aquello que le contara su padre  cuando, mucho tiempo atrás, acudiera  con él en las fiestas, a esta misma plaza a ver  las corridas de toros.
 A Francisco, estos momentos lo llenan de ilusión, pero también le embarga  cierta tristeza, echa de menos  a todos los que ya no están, cuánto le hubiese gustado  poder haber ido con ellos,  pero que no, que ya no puede ser,  por edad ya no forman parte de su vida; ni hermanos, ni cuñados, ni amigos, ni vecinos.  Se pregunta por qué al tiempo o al destino se le había antojado que él sobreviviera  a todos ellos, incluso al padre de Quico. Y mira hasta fatigarse la vista, buscando entre la gente alguien que pudiera ser de su quinta, pero no ve a nadie, calcula que, él, le saca casi veinte años  a los mayores que rodean la entrada de la plaza.
Los diecisiete años del chico revelan cierto rechazo a dedicar una tarde entera oyendo esa clase de música.  Si no fuera por el cariño que siente por el abuelo..., solo pensar que  no le queda  nadie más que pueda acompañarlo, solo pensar  lo que para el abuelo va a significar entrar de nuevo en la plaza de los toros, es motivo suficiente, para acompañarlo. Por unos instantes, a Quico le sacude la nostalgia, cree que siente la mano de su padre ayudándole a acomodarse en aquellas gradas hechas con vigas de palo. Cuánto tiempo había pasado, y sin embargo, allí, delante de sus ojos, continúan los mismos asientos hechos con vigas de palo, y el mismo tachonado de madera y las mismas columnas de madera, todo limpio, todo, conservando un colorido fresco, como recién pintado, como recién restaurado, como acabado de hacer.
-Date buena cuenta de esto que te digo Quico, ahí donde la ves, el mes que viene cumple 187 años. Según decían los más mayores, la primera corrida de toros que se celebró en esta plaza fue el  día de San Agustín, el 28 del 8, o sea de Agosto de 1828, siendo inaugurada el 18 del mismo mes y año, y, mira la prisa que debieron darse construyéndola, pues empezaron las obras en Enero de ese mismo año 1828. Por entonces, reinaba  Fernando VII.
-Fíjate bien Quico- decía Francisco perdiendo la mirada por el coso taurino- hay que ver lo que es la vida, las cosas pueden perdurar en el tiempo por los siglos de los siglos  y hasta  rejuvenecer, los seres vivos  no.  Pero está bonita, está como cuando me trajo mi padre, como la primera vez que la vi.
-Sí, está bonita abuelo, han hecho un buen trabajo, pero si sigues hablando van a llamarnos la atención, el público ha venido a oír el concierto.
-Ya. Ya me callo.
La banda de música, expande los sonidos por el aire; pasodobles, marchas, bandas sonoras de películas, homenaje  a un músico estadounidense, boleros, vals y pasacalles se enredan entre el brillo dorado de los instrumentos. Y Francisco está pero no está, está presenciando todo aquello, pero su pensamiento se halla muy lejos de lo que ocurre en la plaza esta tarde de sábado.
-Atiende Quico, esa es la puerta por donde salen los toros, esa otra por donde salen los toreros al despeje de plaza  parece que los estoy viendo hacer el paseíllo, y al torero aquel saltando la barrera, de buena se libró. Y luego, al minuto, el banderillero fue detrás.  De buena se libraron los dos aquella tarde…
-Eso era antes, abuelo, cuando había corridas, ahora ya no,  hace años que no. Ya sabes. Escucha, es un pasodoble, a ti te gusta el pasodoble. Si no dejas de hablar van a llamarnos la atención.
-Ya, ya me callo Quico. Solo que en esa especie de palco ¿lo ves? ahí se sentaban las autoridades, la presidencia, la presidencia sacaba un pañuelo para premiar la faena del torero, sacaban el pañuelo blanco; una vez, una oreja, dos veces, dos orejas.  En ese otro apartado se colocaba la banda de música,  hacían sonar los clarines anunciando que salía el toro, o que se cambiaba de tercio, y también agasajaban con música la faena del torero. Y la vuelta al ruedo acompañada con música de pasodoble, ese, ese mismo, el que están tocando ahora, y… 
-Abuelo, como sigas hablando vamos a tener que marcharnos, nos van a echar.
-Ya hijo, es que no puede uno por menos, pero ya me callo, ya te digo yo que me callo.
Una conocida pieza de Mozart restallaba entre los maderos recién restaurados, el público mueve las manos  y los pies  siguiendo los compases de aquellas  notas vívidas

-Qué soberbia elegancia la de aquellos caballos blancos con los alguacilillos corriendo las llaves, Quico, y cuando salían las mulas y arrastraban al toro muerto…  Bueno, y ya no hablo más en toda la tarde. Los toros hacían su entrada en la plaza luciendo unas cintas en lo alto del lomo, esas cintas se llamaban divisas y era un distintivo que… 
-Abuelo, ese guardia, creo que viene hacia nosotros.
-Pisaron esta arena figuras muy importantes, como Lagartijo, el Espartero, Frascuelo,  Los Gallos,  Los Fuentes…  ¿Qué ha de ser, señor guardia, qué se le ofrece…?
-Buenas tardes tenga usted, estamos buscando, entre los espectadores, a la persona más vieja de esta tarde en la plaza, quieren agasajarla, y creo que bien podría  ser usted si se me permite, con el debido respeto, es decir, si usted lo permite, si ustedes  lo permiten.
Sí, era Francisco el espectador de más edad que había asistido hoy al concierto en la plaza, el mismo que condecoraron con una banda honorífica  y a él le dedicaron la última composición sinfónica de la tarde entre una gran ovación por parte del público.
“De modo que ahora en las plazas de toros lo único que se hace es tocar música, para eso han quedado, parece mentira, parece imposible. Si esto lo llega a ver el padre de Quico, y mi mismo padre, y unos cuántos más, Dios los tenga en su gloria…, lo verían y no lo creerían.  Y así y todo, bien bonita que está, está muy guapa la plaza y como nueva, hasta parece más nueva que nunca, todavía le queda mucha vida a esta plaza.”  Se va diciendo, con pesar y, para sus adentros, el viejo Francisco mientras se desprende de la banda honorífica, y la arrebuja, y se la guarda en un bolsillo del pantalón. Y abuelo y nieto, cogidos del brazo, se entremezclan con el gentío por el callejón que conduce a la calle.  Ya está anocheciendo y el cielo continúa oscuro.
-A mí me ha gustado el concierto abuelo, sobre todo esa pieza musical de la película  “La historia interminable”, pero lo que más me gustó de todas ha sido el  homenaje a Maikel Jackson, lo han hecho muy bien. 
-Pues yo me alegro mucho por ti Quico hijo, pero apenas si me he dado cuenta de lo que tocaban ¡jó sus!  El caso es, que me ha parecido oír algunos compases… Pero la plaza, la plaza estaba bonita,  me ha gustado mucho estar este rato en la plaza y también me ha emocionado mucho todo hay que decirlo.
Apenas llegan a casa, aquella tormenta que amenazara, durante buena mitad del día, estalla, y, como liberándose de su carga enciende, fulminante, la fugacidad de los relámpagos,  retumba  furiosa el ruido ensordecedor de los truenos y aquellas nubes negras, por fin, han comenzado a tirar agua, más que chaparrón se podría decir que parece el diluvio.
-“Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, líbranos Señor de todo mal.
Y a poder ser, devuelve la plaza a su ser, a poder ser…”

Se le oye decir al abuelo en un susurro.
……..
Lo despertó el golpazo en el aire de un trueno largo. Tardó en salir del sueño y le costó unos minutos despejarse, situarse y reafirmarse en adivinar dónde se encontraba que, estaba ahí en el salón de su casa, poco a poco fue recordando que, la corrida había sido suspendida por el vendaval y Francisco sonrió. Todo estaba en orden todo había vuelto a su ser. La corrida, si el tiempo no lo impide, se celebraría el próximo jueves a las cinco de la tarde…
-¡Quico, Quico hijo! Me ha escuchado el Señor cuando le pedí “a poder ser devuelve la plaza a su ser…” Dicho esto, Francisco se llevó la mano a la boca y se quedó callado.
Quico, sentado en el sillón de al lado, escuchaba música con los cascos puestos y mantenía los ojos cerrados. Francisco se llevó la mano a la boca y se quedó callado, en absoluto silencio, dejándolo estar, dejando tranquilo a Quico que estaría, poco más que en las nubes escuchando a ese Michael Jackson.
Francisco se acodó en el poyete de la ventana mirando la lluvia recia, mirando el viento que jugaba con los cables del alumbrado público, oteando un cielo de nubes negras que ya se alejaban dejando un rastro de culebrillas luminosas tras de sí.



Domingos de cine

    El cine Norte era además salón de baile y teatro. Tenía muchos bancos de madera que alineaban rellenando todo el aforo, todo el espacio ...