miércoles, 10 de abril de 2019

Recuerdo la iglesia con olor a laurel



<<... Recuerdo la misa con olor a laurel, con los ramos amontonados en el Altar Mayor. Llegado el momento los repartía el señor cura, uno a uno, en una fila de ida y otra de vuelta por el pasillo central de la iglesia, para salir en procesión. Conmemorando así el recibimiento, con palmas, de la entrada triunfante de Jesús de Nazaret a lomos de un borriquito en medio de la multitud de Jerusalén que lo aclamaba como Hijo de Dios.

Los niños percibíamos el Domingo de Ramos como un día triste y alegre a la vez. Se iba a misa a por el ramo y a estrenar. Había que estrenar algo porque si no estrenabas "no tenías pies ni manos".

El punto de tristeza, de duelo, lo ponía también este domingo que daba entrada a la Semana Santa; al silencio de las campanas, al ensordecedor ruido de carracas y matracas llamando a los Santos Oficios. A los bares cerrados. Al mutismo sepulcral del salón de baile con los cuarterones de las ventanas cerrados donde no se oía ni el ulular del viento. Al cine, solo proyectando películas religiosas o nada. A la programación de radio de exclusivas marchas procesionales. A las visitas a la iglesia de día y de noche. A los santos cubiertos con un paño. A la Virgen enlutada, cuando mirabas su cara difuminada a través del velo negro se podía adivinar un rictus de amargura como si estuviera llorando ...>>
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Fragmento de "Crónicas a la Luz del Candil"

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